Aquellos maravillosos años (I)…[infancia]


Hace apenas unos días fue mi cumpleaños…No hice ninguna celebración aunque la familia y los amigos se acordaron de mí e incluso me llegaron algunos regalos. Tuve ese día 3 de julio la cabeza ocupada en varios asuntos…Y de fondo el recuerdo presente de mi madre que falleció con los mismos años que yo cumplo. Recibí el correo de una amiga y le contesté contándole estos detalles a los que, entre otras cosas, añadí: «…aparte de estos datos, mucha gente se ha acordado de mí. He vivido ya dos vidas y media más que Carlos y adoptar a Cara ha sido lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo…No puedo sino estar agradecida…»

El primer recuerdo de mi infancia me lleva al piso donde vivía, concretamente al pasillo, donde me veo montada en un triciclo con el asiento forrado de rojo y un timbre que toco sin parar como si transitara por una calle a tope de tráfico…Visto un pantaloncito corto a cuadros y un jersey…Dos trenzas me caen hasta los hombros y un flequillo sobre la frente que mi padre mantenía cortado justo por encima de las cejas. Me crecía muy rápido así que con frecuencia me sentaba frente a él y me decía: ‘estate quieta y mírame fijo…’ Yo obedecía ciegamente porque adoraba a mi padre…Él se colocaba a mi altura y comenzaba aquel ritual…Si cierro los ojos, puedo oír el crujir del pelo con las tijeras pegadas a un peine y hasta sentir las pelusillas que caen sobre mi boca y sobre mi ropa…Pedaleaba y pedaleaba por aquel pasillo que entonces me parecía largo y espacioso aunque apenas se recorría en seis o siete pasos…

También paseé por allí un coche de capota vestido con una colcha de piqué blanca entrelazada con una cinta celeste…Mi madre cosía la ropa de mis muñecos: sábanas, colchas, pantalones o vestidos…La recuerdo sentada en su butaca con un bolso lleno de restos de lanas y telas que utilizaba para este menester…Me pedía que sujetara las madejas estiradas entre las manos. Tenía que moverlas hacia un lado y hacia otro mientra ella liaba y liaba un ovillo en el que al final clava las agujas de hacer punto. Tenía muchas y estaban numeradas según grosor…De vez en cuando, por la tarde, la acompañaba a la mercería. Compraba hilos, agujas, cremalleras, broches, corchetes…Le encantaba coser…A mi no. Siempre me hizo ropa y, a mí y a mi hermano y a mi padre, jerseys y chalecos…Una vez le hizo un jersey verde de cuello alto a mi hermano porque iba en una Lambretta con su amigo Pedro, a la Escuela de Ingeniería de Cádiz y, según decía ella, con ese jersey ‘gordo’ no pasaría frío…Aún tenemos algunas fotos en blanco y negro donde lo lleva puesto.

Había en casa un armario de madera, ahora que lo recuerdo, era precioso. Mi madre me había dejado la balda de abajo para que pusiera mi cocinita a la que no le faltaba detalle…Me sentaba en una silla pequeña con las puertas abiertas de par en par y daba de comer a ‘mis muñecos…’ Los bañaba tanto que estaban pálidos…Luego los vestía y les daba unos biberones que contenían un líquido blanco que simulaba la leche y al inclinarlo desaparecía, lo que me dejaba satisfecha en mi papel de ‘pequeña madre’ que alimenta amorosamente a sus hijos… No tenía ni idea de los biberones que años más tarde daría a mis hijos de verdad, ni de las noches sin dormir, ni de los sofocones que pillé cuando mi hija no los quería y empujaba la tetina hacia fuera con su lenguita…

Luego pasé un tiempo jugando con niños y abandoné por completo aquel rol de madre cuidadora de hijos que, afortunadamente, no crecían…Jugué con patines de cuatro ruedas. Eran de hierro y traían una cintas de cuero marrón que, por cierto, se aflojaban y dejaban escapar el pie…Creo que pasé más tiempo colocándolos que patinando…Con aquel grupo mixto hice incursiones por donde no se debía…Ibamos al ‘barrero’ y hacíamos cámaras de foto como con plastilina…Un trozo de cristal de alguna botella hacía las veces de objetivo…También hicieron espadas de madera imitando a las pelis de ‘Marisol’ que estaba de moda y era un ídolo para las niñas…Aquella etapa no duró mucho. Las hormonas revolucionadas de los chicos acabaron con nuestra paciencia…Por entonces todo era pecado que además había que confesar…No salían rentables aquellas amistades con el sexo contrario…No, hasta que el tiempo me ayudó a poner cada cosa en su sitio…

Cerca de mi casa abrieron un parque infantil. Tenía columpios, laberintos, toboganes de varias alturas…En invierno me mojabas el trasero y en verano me quemaba los muslos…Yo volvía casi siempre con un agujero en mi ropa interior que mi madre tejía con hilo de algodón…Cuando llegaba antes de decir nada ya me advertía: «seguro que otra vez traes un agujero…» Efectivamente. Una vez un chaval se coló sin pagar y el señor que estaba en la entrada le gritó para que se fuera. Él corrió para salir por donde había entrado, saltando una valla de ladrillos rematada con unas rejas acabadas en punta de lanza, con tan mala suerte que se la clavó en los gemelos…Me impactó ver cómo se levantaba la piel por delante de la tibia, como un pico, sin que llegara a atravesarle …Enseguida nos arremolinamos alrededor asustados y curiosos hasta que llegó una ambulancia y se lo llevaron…Tardé en volver al parque y, sobre todo, en borrar de mi cabeza aquella pierna clavada y la expresión de dolor de aquel muchacho…

En invierno salíamos a jugar ‘al pincho’ o ‘lima’. Trazábamos unos cuadros sobre la tierra húmeda y la lanzábamos para que se quedara incrustada. Cada cuadro tenía un valor que se iba sumando…Nunca fui buena en eso. Recuerdo que los niños, cuando alguno lo hacía muy bien, decían: «fulanito tiene mucha ‘maña’…»No era mi caso…Luego se puso de moda el ‘elástico’ o a la ‘goma’. Mi madre me comparaba no sé cuántos metros y yo lo liaba (tal y como ahora hago con los cables) en forma de madeja para que no se hicieran nudos. Era entretenido. Saltábamos por turno así que o saltabas o te tocaba tener el elástico en los tobillos e ir subiendo conforme la saltadora de turno pasaba de fase pasando del tobillo a mitad de la pierna, la rodilla, la cadera y la cintura y hasta debajo de los brazos, a donde nunca llegué…Cuando no me dejaba mi madre bajar a la calle saltaba sola en casa, sujetando la goma entre dos sillas. Era latoso porque se movían y tenías que colocarlas una y otra vez…Pero entonces nada era urgente y menos cuando jugabas…

Aquellos años fueron maravillosos. El mundo entero por descubrir, mil cosas por hacer, proyectos que ejecutar, planes, amores, risas, diversión y una sensación de infinitud, de eternidad, de para siempre, que me impedía poner límites al tiempo…Aquellos años lejanos que vuelven frescos me ayudan a reencontrarme con aquella niña obediente y asustada, incapaz de arriesgar por el miedo a perder, siempre dispuesta a dar para poder recibir, alegre y comedida primero, divertida y disparatada después…Y frente a ella, cara a cara, no puedo sino sentirme agradecida por todo lo que ha vivido…No fue todo como soñó, algunas cosas se han parecido a lo que quiso, otras ni siquiera estuvieron en su horizonte y pocas, muy pocas resultaron ser las verdaderamente deseadas …Pero de todas he aprendido…¿Qué más puedo pedir?

2 comentarios sobre “Aquellos maravillosos años (I)…[infancia]

  1. Felicidades por tu reciente cumpleaños!! Que sea un año feliz…de esa felicidad de bellos e intensos momentos como los que nos regalaste en tu crónica/relato de infancia🤗. Me queda la bella sensación de que cada infancia es única y al mismo tiempo todas son tan iguales! La vida siendo en cada vida. Te abrazo!💖

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