Veranear a ‘cuerpo de rey’

‘veranear’ fue un invento de aristócratas y Reyes…María Alexandrovna paliaba sus tristezas en la Riviera italiana hasta dónde arrastró a otros grandes como Sissi emperatriz de Austria, el Rey Loco de Baviera, el de Bélgica, el príncipe de Gales… Ellos pensaron, como Matisse mientras contemplaba la luz de Niza: “Cuando comprendí que cada mañana iba a ver esta luz, no podía creer en mi fortuna”.
Fotografía: mp_dc

Según podemos comprobar, a pesar de la pandemia y de la quinta ola, los españoles y los europeos en general, no nos resistimos a pasar unos días de veraneo. La situación actual complica las salidas al extranjero, una coyuntura que ha potenciado el turismo nacional: los del interior optan por la costa y viceversa…Solo tengo que girar la cabeza 90 grados (tengo la ventana a la izquierda) para comprobar una larga fila de coches en dirección a las playas. Así toda la mañana y luego otra vez lo mismo de regreso desde las 20.00h aproximadamente hasta entrada la noche… Un no parar desde junio, especialmente en julio y agosto, el mes vacacional por excelencia, con una parte importante del país paralizado menos los hosteleros que hacen, valga la redundancia, el ‘agosto’. Un merecido beneficio pues gracias a ellos disfrutamos la cervecita, los vinos o el vermut del mediodía según la zona y, sobre todo, de un buen almuerzo o cena. La oferta es amplia y para todos los bolsillos porque veranear ya no es cosa de unos pocos sino de muchos. Ya sea de camping, de pensión, de hostal, de hoteles o apartamentos… Hoy por hoy no es necesario ser noble o aristócrata para disfrutar unos días de asueto junto al mar o en la montaña, haciendo un alto en la rutina diaria…Afortunadamente la clase media española, aunque mermada y a duras penas, aún se sostiene…

Sin embargo no siempre ha sido así. Veranear o invernar ha sido durante siglos privilegio de unos pocos, poquísimos diría yo. Los mismos que concentraban la riqueza y el poder, o sea: los reyes y un grupo de privilegiados, los mismos que se acostumbraron a pasar temporadas, más o menos largas, en lugares paradisíacos con gastos pagados tal y como han venido haciendo las Monarquías europeas: María Alexandrovna Romanov paliaba sus tristezas en la Riviera italiana hasta dónde arrastró a otros grandes como Sissi emperatriz de Austria, el Rey Loco de Baviera, el de Bélgica, el príncipe de Gales…O a orillas del Caspio, destino preferido por los príncipes rusos mientras Napoleón III lo hacía en Biarritz, lugar del que fue ferviente asiduo… Todos ellos quedaron prendados de dichos lugares con la misma intensidad que Matisse lo hizo respecto a la luz de Niza: “Cuando comprendí que cada mañana iba a ver esta luz, no podía creer en mi fortuna”.

No obstante la Monarquía española ha preferido veranear en el país. La famosa frase ‘vivir a cuerpo de rey’, nacida seguramente del pueblo, producto de la sabiduría popular, lo dice todo. Pues desde siglos atrás los Reyes han dispuesto de residencias oficiales diseminadas por nuestra geografía y utilizadas para su retiro entre guerra y guerra cuando la había o en diferentes épocas del año, sobre todo en la temporada estival. Escapadas con amantes o breves estancias en familia, por supuesto siempre acompañados de un nutrido séquito de servidores personales, secretarios, guardias reales y guardaespaldas han ocupado mansiones y palacetes preparados y adaptados para un merecido descanso, lejos del mundanal ruido… Ya en tiempos del primer Borbón se estableció la costumbre de pasar algunos períodos de tiempo dedicados al ocio y al reposo tanto en verano como en invierno. Los Reales Sitios del Pardo o Aranjuez, la Granja de San Ildefonso, San Sebastián, Santander y el Palacio de Miravent en Baleares, han sido los lugares tradicionalmente elegidos  por los Austria y los Borbones para veranear junto a los familiares, allegados y amigos…

Los primeros Monarcas medievales disfrutaron de refugios conocidos como ‘Reales Sitios’ entre los que se encuentran los Palacios del Pardo y Aranjuez. El Pardo es más popular tras haber sido durante años la residencia del dictador Franco y su familia. La quinta fue construida en 1405, comenzando a funcionar como coto de caza para Enrique III de Castilla. Su nieto, Enrique VI (hermano de Isabel la Católica), construyó el Palacio que comenzó su època de esplendor tras de las reformas de Carlos I. Los sucesores de la Casa de Austria utilizaron estas instalaciones para descansar aunque no exactamente en verano pues durante la Edad Media fueron frecuentes las disputas entre los territorios: unos contra otros y todos contra los musulmanes invasores. Razones que justifican que los descansos se produjeran cuando se presentaba la ocasión o durante ‘la tregua de Dios’ -período limitado a festivos y fiestas litúrgicas en las que cesaban las hostilidades- o durante el invierno, estación en la que el frío y la nieve obstaculizaban las contiendas…

Respecto al Sitio de Aranjuez se sabe que fue elegido por Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, los Reyes Católicos, después de visitar la localidad en repetidas ocasiones y quedar verdaderamente satisfechos con su belleza natural y la suavidad del clima. Aunque no fue hasta 1523 cuando Aranjuez pasó a formar parte de la Corona, fecha en la que el emperador Carlos I agrandó los terrenos de la finca y creó el Jardín del Rey. Posteriormente, en tiempos de Felipe II, se construyeron varias fuentes adornadas con figuras mitológicas… Gracias a la iniciativa de este mismo monarca (Felipe II) se edificó también el Monasterio del Escorial del que tanto él como sus sucesores Carlos IV y Fernando VII, fueron habituales durante sus respectivos años como Príncipes de Asturias.

Más adelante Felipe V, el primer Borbón, mandó construir el Palacio de la Granja a imitación de Versalles, donde había nacido y crecido.  El lugar elegido fue Segovia, cerca de capital pero suficientemente apartado si tenemos en cuenta que por entonces viajar requería mucho tiempo. No obstante los asuntos de estado no permitieron al Monarca sino pasar breves temporadas y, a pesar de su intención de retirarse allí una vez comenzara a reinar su hijo, nunca lo hizo pues su vida y su reinado fueron muy longevos…Desde entonces hasta Alfonso XIII los Borbones han utilizado los jardines y el palacio de la Granja como lugar alternativo de veraneo en el que disfrutar de la caza como hizo Carlos III o como escenario de la ceremonia de bodas de Carlos IV, o sede de la Corte con Fernando VII, o celebración de saraos veraniegos con Isabel II e incluso como lugar de encuentro donde se conocieron Alfonso XII y Mª de las Mercedes, su prima y después su esposa…

Sin embargo a pesar de la belleza inigualable del paraje, no deja de ser un lugar de interior y caluroso en los meses de julio y agosto, por lo que a partir del siglo XIX la reina Isabel II, dejándose llevar por la moda de ‘los baños de ola’, comenzó a visitar Santander y San Sebastián. Circulan rumores sobre sus acompañantes, con frecuencia un caballero de la Guardia Real aunque se le supone otros muchos pues era vox populi que su esposo, Francisco de Asís, gustaba disfrutar de compañía masculina tanto como ella y que ambos mantenían oficiosamente vidas separadas aunque oficialmente juntos…Ambos se casaron sin engaño, obligados por conveniencias de Estado. La alternancia entre las Playas del Sardinero y la Concha provocó con el tiempo una cierta rivalidad entre ambas ciudades. Fue precisamente su nieto, Alfonso XIII –que siguió yendo a las dos playas- quien mandó construir el Palacio de la Magdalena pues él, que no se ocultaba en las casetas como su abuela y se paseaba por la ciudad parando a tomar alguna que otra copa en los múltiples locales de la época, sintió fascinación por esta ciudad norteña en la que se le conocía como ‘El Africano’, sobrenombre con el que ha pasado a la historia.

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Finalmente desde 1973 hasta nuestros días los reyes españoles han veraneado en el Palacio de Miravent o el Palacio La Almudaina, en Palma de Mallorca, lugar donde en la actualidad los monarcas disfrutan sus vacaciones y donde el Rey participa, como hiciera su padre, en la famosas Regatas…

Los comentarios sobre lo que pueda o no cocerse en la trastienda, en los salones, fiestas, cacerías, comidas o comilonas no se conocerá hasta más adelante… Sólo entonces comprenderemos algunos asuntos que ahora nos mantienen perplejos…Pero esta será otra historia…

‘Ladys viajeras’: intrépidas, aventureras y escritoras…

La literatura de viaje es un género nacido gracias a la inquietud de algunas personas que recogieron por escrito emociones, sentimientos y vivencias experimentadas durante sus recorridos, que despertaron la curiosidad e interés por otros lugares y culturas…
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La primera ‘hornada’ de ‘guiris’ ya está aquí. Este año la mayoría son compatriotas del interior deseosos de atrapar un trocito de playa para tumbarse en la arena y dejar que la mirada se pierda en el horizonte. La pandemia nos dejó exhaustos. Todos necesitamos recuperar poco a poco aquella normalidad que se nos arrebató y que ahora hemos elevado a la categoría de excepcional…A la palabra ‘guiri’ se le asignan varias procedencias: podría ser un apócope del término euskera ‘guiristino’ o cristino que era como se conocían durante las guerras carlistas a los partidarios de la Reina Mª Cristina y a los liberales. Para otros procede del vocablo ‘guiri-gay’ que significa algo así como ‘lenguaje oscuro y difícil de entender’ (de ahí la expresión), según la RAE, el que hablan los extranjeros. Finalmente para el escritor Juan Goytisolo guiri derivaría del turco guiur, infiel o extranjero…Luego están los que ‘viajan sin salir de casa’ porque no pueden o lo dejan para más adelante, como yo….Y en el impás, saboreamos libros y ‘coprotagonizamos’ aventuras y viajes acomodados en el sofá o la butaca…Y para quienes no gusten de la lectura siempre les quedará el recurso de la imaginación, ‘la loca de la casa’ según decía Santa Teresa. De su mano podemos recrear nuestras propias ficciones, transportarnos al pasado para revivirlo y hasta fantasear con nuestro futuro…

Y retomando la temática de post anteriores en los que he ido desgranando el simbolismo del homo viator desde la antigua Roma, pueblo viajero donde los haya, cuya geografía atravesó la célebre Egeria de paso hacia Tierra Santa y, una vez desentrañado su significado semántico, histórico y religioso (cuyo espíritu encarnaron los caminantes y peregrinos que deambularon por Europa y el resto del ‘mundo’ entonces conocido) salieron a la luz, a resultas de aquellos tránsitos, las obras de Herodoto, Estrabón y Homero (su famosa Odisea podría ser la primera crónica de un viaje ‘ficticio’ desde Ítaca, punto de partida y final del relato) hoy por hoy consideradas las semillas de la incipiente narrativa viajera que prosiguió con otra obra escrita en la cumbre del medievo: el Libro de las maravillas del mundo, fruto de las inquietudes de Marco Polo por abrir nuevas rutas para el comercio de la seda…

El itinerario histórico podría continuar de la mano de Bernal Díaz del Castillo (siglo XV) quien tras el descubrimiento del Nuevo Mundo escribió un relato sobre La verdadera historia de la conquista de Nueva España… Por aquel entonces no se conocía la ‘literatura de viaje’ como tal, aunque su obra se considera entre las pioneras dentro de este género porque contiene información sobre geografía, la naturaleza, gentes y costumbres tan nuevas como extrañas… La llegada de la Ilustración impuso nuevos códigos y la razón se reivindicó como el medio para alcanzar el conocimiento denominado -desde entonces- ‘científico’. Será justo en este momento cuando el relato de viaje comience su verdadera andadura antes de eclosionar en la centuria siguiente. A este siglo (XVIII) pertenecen las obras de Johann Georg Adam Foster, uno de los precursores de la literatura de viajes, que acompañó a James Cook en sus viajes alrededor del mundo así como también destacó Antonio Ponz  y su Viage de España

La entrada del romanticismo impuso la moda viajera impulsada por el desarrollo de los medios de transporte y comunicación (que acortaron notablemente las distancias) y de los alojamientos, que sufrieron una considerable mejora respecto a los siglos anteriores. Al paraguas del romanticismo algunos países del viejo continente se erigieron en focos de atracción del incipiente ‘turismo’ entre ellos España, que constituyó uno de los destinos estrellas para los europeos y europeas. El país se presentaba entonces bajo un halo de leyendas que los propios viajeros se encargaron de exagerar y difundir. Y es que los ciudadanos decimonónicos se iniciaron en el viaje por placer, de ocio, de vacaciones que diríamos hoy…(Vid. la entrada sobre el Grand Tour). Así fue como los románticos comenzaron a preocuparse por el viaje de recreo, a consecuencia del cual circularon los primeros manuales y guías semejantes a las actuales, las mismas que consultamos a la hora de programar un viaje. Ni que decir tiene que estos manuales nada tuvieron que ver con lo literario tal y como afirmara en su tiempo la ilustre escritora Emilia Pardo Bazán: «Yo no escribo guías; voy a donde me lleva mi capricho, a lo que excita mi fantasía, al señuelo de lo que distingue a una población entre las demás».

En cualquier caso, se podría decir que a medida en que maduraba el concepto del viaje en sí mismo fue surgiendo la inquietud por su relato. Me explico. Los viajes se hacían al tiempo que se comenzó a escribir sobre ellos, es decir: los viajes se hacen y se escriben (confieso que en esto me reconozco). Los viajeros y viajeras escribían para sí mismos y para otros, recopilando sus experiencias a fin de prolongar el viaje tras el regreso y recordar. Sobre todo para recordar (también en esto me reconozco). A diferencia del viajero ilustrado, preocupado por el carácter científico de su periplo y, por tanto, más objetivo en sus relatos los románticos, en general, usaron una escritura subjetiva, proyectando su personalidad y las experiencias del propio ‘yo’. De ahí que los escritos del XIX tengan mayor interés artístico y literario que los precedentes. Los célebres ‘cuadernos de viajes’ (conservo unos cuantos) constituyen un remanente, un poso, una memoria personal de fechas, lugares, historias que entrelazan lo personal y lo colectivo, capitales básicos de todo buen viajero que se precie…

En el caso de España, es necesario reconocer que si bien es cierto que se convirtió en un centro ‘turístico’ por lo excelencia, también lo es que lo fue gracias a las féminas inglesas y francesas las más viajeras e intrépidas de toda Europa, entre las que se encuentran notables representantes de la escritura femenina de viaje. Fue a partir de la segunda mitad del XIX cuando estas mujeres, impulsadas por la curiosidad y deseo de romper la rutina diaria y vivir alguna que otra aventura, se lanzaron a recorrer el mundo a pesar de los condicionamientos de género, algunos ya mencionados en otros post. Pues no solo tuvieron que superar barreras geográficas, a veces las más fáciles, sino también aquellas nacidas al calor de las funciones socialmente asignadas acordes a su rol de mujeres, asumiendo el reto de poner en entredicho su prestigio y honestidad. Ellas, como los peregrinos, también hicieron un doble viaje: el exterior o geográfico y el interior., una catarsis o metamorfosis hacia la autoafirmación, la búsqueda de reconocimiento y respeto, reconocimiento que las escritoras extrapolaron a sus textos. Esta literatura narra en primera persona las impresiones de estas ‘ladys’ a su paso por nuestro país: sus costumbres, modas, gastronomía, establecimientos, incluyendo críticas a favor o en contra.

Las inglesas que viajaron por España, como Elizabeth Mary Gosvenor, Louisa Tenison, Sophia Dumbar, Matilda Betham Edwards o Frances Minto Elliot,  buscaban una experiencia que les avalara una cierta “autoridad moral” a la hora de narrar lo que han visto y lo que han sentido en un lugar extraño, ajeno al habitual. El viaje las colocará en una posición de superioridad desde el que opinar, con libertad, sobre lo que ven y sobre la gente conocen. La escritura se convierte así, para estas damas, en una válvula de escape. Sus relatos están construidos sobre  descripciones, observaciones y opiniones sobre sexo, religión o política, opiniones que expresan con mayor libertad que los hombres. Su consideración social les permite confesar sin pudor sus miedos a los posibles peligros, algo que jamás harían ellos. Por otro lado estas viajeras-escritoras no pretenden ganarse la vida escribiendo aunque sus libros se hacieran populares como los de Lady Morgan sobre Francia e Italia, o la señorita Pardoe sobre Turquía… Sólo Louisa Costelo se a ganó la vida escribiendo sus viajes, “abriendo camino a una generación posterior de viajeras eruditas e investigadoras, que con sus textos llegará a ejercer gran influencia política e intelectual y se codeará con sus colegas del sexo masculino casi en igualdad de condiciones (Freya Stark, Gertrude Bell, Alexandra David Néel…)”.

Los relatos de estas aristócratas británicas que visitaron España decimonónica continuaban una tradición iniciada en siglos anteriores, como la francesa Mme D’Aulnoy, autora de Relación del viaje a España una obra llena de curiosidades sobre nuestro país en el siglo XVII a modo de cartas escritas a sus amigos de París o el de Lady Holland en su diario The Spanish joumal of Elizabeth, Lady Holland, Londres 1910, que relata el viaje que realizó con su marido por España en 1809. Su testimonio resulta muy interesante para comprender la época, aunque sus diarios fueron publicaron más de un siglo después.

Otra pionera fue la Marquesa de Westminster, Elizabeth Grosvenor, que solía viajar en yate o en calesa, acompañada por su marido, sus criados, la tripulación y abundantes provisiones. Así cruzó el Mediterráneo y conoció las costas españolas en un periplo que duró más de dos años. Todas sus impresiones e intereses quedaron recogidos en Narratíve of a yacht voyage in the Mediterranean during the years 1840-1841, publicado en Londres, en 1842. Louisa Tenison (1819-1882), culta, inteligente y aficionada al dibujo, viajó y vivió en España más de dos años durante los cuales escribió, Castile and Andalucía, aparecido en 1853, ilustrado con preciosos dibujos propios y del artista sueco Mr. Egron Lundgren, que vivía en Sevilla cuando ella llegó a esta ciudad. Sophia Dumbar es otra de las aristócratas que escribió sobre sus viajes por España. Ella representa un modelo de viajera más cercano al que hoy entendemos por ‘turista’, aunque viajó en diligencia y en tren acompañada por su familia por una criada española que hacía de intérprete. «Sus andanzas quedan reflejadas en la obra. publicada en 1862: A family tour round the coasts of Spain and Portugal during the winter of 1860-61″.

Ya en la segunda mitad del XIX aparecen otro tipo de viajeras que nada tienen que ver con la aristocracia. Son mujeres de clase media, algunas institutrices, que viajan acompañando a familias adineradas con el encargo de ocuparse de los niños. Así recorrían nuestro país y muchas forjaron su identidad de escritora, como fue el caso de Mathilda Barbara Betham Edwards. Finalmente será Frances Minto Elliot quien encarne la figura de la auténtica escritora viajera. En 1884 publicó Diario de una mujer ociosa en España,  una especie de guías “para mujeres ricas y aburridas, amantes de la buena vida y el confort”. Lamentablemente, no existen traducciones al castellano de las obras de estas viajeras.

Resultaría interesante ojear algunas de estas obras y conocer de primera mano la opinión de aquellas primera ‘guiris’ que llegaron a nuestro país. Comprobar sus impresiones, saber qué opinaban sobre los españoles, sobre la moda y las costumbres o sobre nuestra gastronomía…Por si alguien gusta, les dejo el link de acceso al libro digitalizado de Madame D’Aulnoy…Que lo disfruten…

Ellas también viajaron solas: el ‘Itinerarium’ de Egeria…

Egeria ha pasado a la historia por ser la primera mujer que llevó a cabo un largo y heroico viaje de peregrinación, cuyo testimonio ha quedado recogido gracias a sus cartas las mismas que, hoy por hoy, se reconocen como antecedentes de la literatura de viaje…
Fotografía: mp_dc

En casi todos los viajes que he realizado a lo largo de mi vida, siempre llamaron mi atención las mujeres que lo hacen solas. Por entonces no podía imaginar que, pasado el tiempo, yo también lo haría. Si he de ser sincera me costó tomar tal decisión, acostumbrada a hacerlo siempre en familia, con amigos o en pareja. Pero la vida nos hace transitar por estadios muy diversos que requieren aceptación y adaptación a las circunstancias, añadiendo también altas dosis de positividad: contemplar el vaso medio lleno e intentar observar siempre el lado bueno…En definitiva desdramatizar, alejar esa sensación de incapacidad que tantas veces se apodera de quienes hacemos camino solos y, en ocasiones, voluntariamente solos…La soledad elegida o impuesta tiene muchas caras que explorar y ofrece muchas oportunidades de aprender a gestionar nuestros capitales emocionales y a disfrutar cada momento presente, único e irrepetible…

Naturalmente viajar solos en pleno siglo XXI no tiene tanta ciencia y, en el caso de las mujeres, oferta bastantes garantías y múltiples seguridades. Pero, en general, viajar en tiempo de la Antigua Roma o durante el medievo era cosa arriesgada y difícil… Es fácil imaginar los peligros que cualquiera corría en semejante contexto, por no mencionar las incomodidades, inclemencias y enfermedades a las que, en el caso de las féminas, debemos sumar las dificultades intrínsecas o propias a la condición de género. Sin embargo la historia de las mujeres ha avanzado a impulsos de quienes, como Egeria, transgredieron la línea de la ‘normalidad’. Mujeres intrépidas que asumieron el desafío de las propias inquietudes a la par que renunciaron a llevar una vida encorsetada entre los márgenes socialmente establecidos -en una sociedad dominada por hombres- que la obligaban a vivir sometidas a los varones del entorno, en papel de hijas, esposas y madres…

No obstante, desde las culturas clásicas la historia nos demuestra lo que la literatura constata, es decir, cómo las mujeres encontraron las vías para hacerse oír desarrollando estrategias que les permitieron desenvolverse en foros y/o adentrarse en los márgenes de contextos propiamente masculinos. También es cierto que muchas lo hicieron utilizando la fórmula de ‘hijas de…’ o ‘esposas de…’ e incluso desde lugares más sombríos, en el papel de queridas o amantes que convirtieron el lecho en un espacio donde compartir, entre otros placeres, el de conversar haciendo hueco a las confidencias y complicidades varias. (Dejo al margen la consideración sobre la bondad o maldad de las intenciones y objetivos pretendidos por ambas partes).

Y hechas estas consideraciones iniciales, entre las primeras viajeras de la historia destaca la figura de Egeria (s. IV) Los datos biográficos de los que se disponen son escasos pero parecen indicar que procedía de la provincia romana de Gallaecia, en la diócesis de Hispania. Valerio, asceta y monje del Bierzo, la sitúa en la actual comarca y la llama por su nombre en sus escritos. Así mismo, cabe la posibilidad en opinión de los estudiosos, su parentesco con la primera esposa de Teodosio el Grande, Aelia Flacila, emperatriz romana descendiente de una familia prerromana, madre de Honorio y Arcadio, herederos de cada una de las partes en que fue dividido en Imperio Romano (Oriente y Occidente) a la muerte de su padre. Junto a esta hipótesis circulan otras que intentan aclarar cuál pudo ser la familia de procedencia de Egeria, aunque lo único que parece seguro es su ascendencia noble, su posición económica acomodada y su notable formación cultural. En opinión de Rosa Mª Cid, profesora Titular de Historia Antigua en Universidad de Oviedo quien ha encabezado diversos proyectos sobre la Mujeres en la Antigüedad, ha señalado que «su experiencia (refiriéndose a Egeria) muestra hasta qué punto podían romperse los roles de género en la sociedad de la antigüedad tardía, al presentarse como una auténtica aventurera».

Efectivamente. Ya en el año 384 esta mujer escribía: «Como soy un tanto curiosa, quiero verlo todo». Y así fue. Egeria atravesó tres continentes y recorrió más de 5.000 km a pie y a lomos de un burro o una mula convirtiéndose así en la primera mujer viajera conocida de la historia. Su hazaña es del todo loable no solo por lo que implica tal recorrido pleno de peligros de todo tipo, sino por el peso que representaba ser mujer en aquel tiempo y la consideración social que esto suponía. A este respecto Cristina Morató en su libro Viajeras intrépidas y aventureras, recoge un refrán de la época que dice así: “Peregrina salió, puta volvió”. Resumiendo así las sospechas que levantaba una mujer que mostrara este tipo de inquietudes tan poco frecuentes. Por otro lado, tal y como suele ocurrir cuando se trata de épocas tan remotas, algunos expertos han indicado que posiblemente debido a su estatus, podría ser que viajara con algún salvoconducto de los que se expedían a personalidades relevantes. De ser así dicho pasaporte le hubiera permitido cruzar fronteras con ciertas garantías, lo cual no es óbice para desmerecer su osadía.

En cualquier caso Egeria, sin proponérselo, ha pasado a los anales no solo como aventurera sino como escritora. Sumamente religiosa y culta, durante su periplo escribió numerosas cartas recopiladas en una obra conocida como Itinerarium Egeriae, del que se conserva solo una parte. Dicha obra ha sido interpretada como un antecedente de la ‘literatura de viaje’, de la que hablaré más pormenorizadamente en otro post. Algunas voces importantes procedentes del ámbito literario como Menéndez Pidal, colocan a Egeria al frente del elenco conformado por escritoras hispanas, aunque no hubo intencionalidad consciente de crear un texto literario porque su única motivación fue compartir con sus hermanas cuanto descubría. De ahí el uso de un lenguaje fresco, cercano, cotidiano propio de la escritura epistolar, íntima y personal. Un camino recorrido posteriormente por otros escritores, como Flaubert, que llegaron a la literatura de viaje de la mano de este mismo género. Las cartas muestran el carácter curioso y crítico de Egeria, en los que muestra su profunda religiosidad al tiempo que cuestiona e intenta realizar sus propias comprobaciones.

El viaje partió de la Actual Galicia, atravesando a continuación Tarragona hasta el Ródano desde donde cruzó toda Italia. Desde aquí embarcó dirección Constantinopla para partir hacia Palestina con intención de visitar Jerusalén realizando así una peregrinación que tiempo atrás inauguró santa Helena, madre de Constantino. Visitó Jericó, Belén, Nazaret, Cafarnaúm, aunque estableció su base en Jerusalén. En el 382 continuó por Egipto, donde conoció a los anacoretas que vivían en el desierto, pasando nuevamente a Jerusalén para peregrinar al monte Sinaí (momento en el cual comienza la parte encontrada de su relato) y después visitar Antioquía, Edesa, Mesopotamia y Siria…Ya de vuelta hacia Constantinopla escribía así a sus hermanas: «Tenedme en vuestra memoria, tanto si continúo dentro de mi cuerpo como si, por fin, lo hubiere abandonado». Sus textos permanecieron durante siglos presos del polvo en una biblioteca hasta que en 1903 se sacaron del olvido para realizar un trabajo de historia. Así Egeria fue rescatada y su pericia sacada a la luz….

La experiencia viajera de Egeria reflejada en su Itinerarium, ha sido traducida a varios idiomas. Una calle en Ponferrada y otra en León llevan su nombre así como también una empresa familiar de cerveza artesana en El Bierzo. Finalmente, en el pequeño municipio leonés de  Villaquilambre, desde 2007 funciona una Escuela de Formación de mujeres Egeria… Hermoso homenaje en recuerdo de una mujer que quería verlo todo y escribió todo lo que vió…

Peregrinos, caminantes y exploradores…

El término ‘peregrino’ se refiere en su significado más clásico a la visita a un santuario o algún lugar considerado sagrado. En su acepción más general es todo aquel que anda por tierras extrañas. En sentido estricto, para el español de religión católica, es quien se dirige a la catedral de Santiago de Compostela a visitar la tumba del apóstol
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Durante la Edad Media fueron constantes las idas y venidas de personas desde unos sitios a otros, un trasiego que alcanzó su cenit tras el descubrimiento de tumbas y reliquias cuyos hallazgos consiguieron transfigurar algunos lugares, desde entonces, consagrados al culto, transformados en focos de peregrinación y objetivo de las múltiples Cruzadas (expediciones militares a Jerusalén para rescatar los Santos Lugares del poder de los turcos). Así nacieron en Europa y en Jerusalén los principales destinos para la cristiandad, muchos de los cuales se mantienen vigentes aunque, a diferencia de aquellos peregrinos, los actuales ‘hacen el camino’ movidos no sólo por razones religiosas sino culturales o simplemente de ocio.

El mapa de Europa tras la caída de Roma se dibujaba empobrecido y ruralizado. Atrás quedaron las numerosas ciudades fundadas en tiempos del Imperio, organizadas con sus cardos y decumanus, sus foros, termas, coliseos, anfiteatros…La entrada masiva de aquellos pueblos sin romanizar conocidos como ‘bárbaros’, arrasaron la grandeza que durante años Roma había atesorado a través de sus conquistas: de oriente a occidente los romanos crearon uno de los más grandes imperios de la Antigüedad Clásica. Y para facilitar los desplazamientos por tan vastos territorios, los romanos construyeron una red de calzadas y caminos que conectaban entre sí las diversas regiones del Imperio. Casi 400 vías, es decir, aproximadamente unos 70.000 kilómetros de caminos trazados (la mayoría por razones militares o administrativas) para comunicar los puntos más recónditos con la metrópolis principal que ostentó la capitalidad: Roma.  No obstante el dicho ‘todos los caminos conducen a Roma’ no es baladí pues “la organización investigadora de temas de movilidad urbana Moovel Lab al mapear rutas terrestres de toda Europa comprobó que convergen en la actual capital italiana”. En fin, en sus días de gloria, desde Gran Bretaña a Turquía las 113 provincias del Imperio estuvieron interconectadas… Con el tiempo la expresión se popularizó y adoptó un significado simbólico o metafórico utilizado para indicar la diversidad de opciones que podemos explorar para llegar a donde queremos, si es que queremos…

En este período se forja e instala en el imaginario colectivo la imagen del homo viator. Viajar en esta época constituyó una realidad cotidiana que pocas veces se propulsaba desde el ocio y casi siempre de la mano del trabajo, la economía o la guerra, hasta que la religiosidad popular promovida desde determinados sectores eclesiásticos, publicitaron el poder sobrenatural de las reliquias, los milagros, las apariciones y otros tantos fenómenos religiosos, que convirtieron determinados lugares en focos de atracción para caminantes y peregrinos llegados desde puntos lejanos de la toda la geografía conocida…

Etimológicamente la palabra peregrino se deriva del adverbio latino peregri o peregre que significa “en el extranjero”. De ahí que primitivamente se refiera a ‘andar por tierras extrañas o extranjeras’. En opinión de Ortega y Gasset, su primer fonema (per-) procede del indoeuropeo cuyo significado original sería algo así como “caminar por el mundo cuando no había caminos» y, por ello, todo viaje resultaba más o menos desconocido y peligroso. Posteriormente, en época cristiana, el término pereginatio adquirió un matiz religioso para referir ‘el viaje a los Santos Lugares’ (así fue también también para los musulmanes que van a La Meca), de manera que en castellano el ‘peregrino’, en su acepción clásica, es sobre todo aquel se dirige a la Catedral de Santiago para visitar o rezar ante la tumba del Apóstol (también llamado ‘conchero’ por la costumbre de llevar una concha de vieira como seña). No obstante en España, aunque con menos arraigo, también se peregrinaba al Monasterio de Santo Toribio de Liébana, en Cantabria, donde se conserva un trocito de la Cruz –Lignun Crucis. A quienes recorren este camino se les llamaba ‘crucenos o cruceros’. Existieron, además, otras rutas de peregrinación como las realizadas por los ‘romeros’ que recorrían las vías romeas para dirigirse a Roma o los ‘palmeros que iban a Jerusalén, así llamados porque si regresaban traían una ‘palma’. Ir de peregrinación o romería son expresiones nacidas durante la Edad Media que se mantienen vigentes aunque actualizaron su significado para adecuarse a los nuevos tiempos… Finalmente solo decir que, antes como ahora, todos los ‘caminantes’ transitaban dos caminos: el ‘real’ y el ‘simbólico’ o interior, que representa el encuentro personal consigo mismo. El ‘camino de Santiago’ constituye, hoy por hoy, una ruta de encuentro que reúne a caminantes nacionales y foráneos. Un camino pleno de Historia y de historias. Una ruta de intercambios culturales que se ha mantenido ininterrumpidamente vigente desde sus nacimiento.

En este momento sería interesante recordar que la sociedad medieval desarrolló una cultura extremadamente sacralizada pues era misión del estamento eclesiástico dedicarse al rezo y a preservar el saber y la cultura, no en vano la locución latina orat et labora –reza y trabaja- fue la máxima que presidió la vida monástica de cientos de varones apartados de la vida en el siglo,  precisamente para poder dedicarse en exclusiva a rezar, conservar obras de arte y manuscritos y copiar códices. La novela de Umberto Eco ‘El nombre de la rosa’, después llevada al cine, recrea con bastante acierto la vida monástica, asesinato aparte… Y, por cierto, me refiero a los conventos masculinos conscientemente, porque las monjas se dedicaban a rezar, por supuesto, pero no realizaban las misma actividades que los frailes sino aquellas relacionadas con las funciones socialmente asignadas por su género, las mismas de las que aún quedan residuos en los actuales conventos en los que permanecen dedicadas a la vida contemplativa además de hacer dulces, embutidos y manualidades varias…

Por otro lado la peregrinación también constituyó una pena que los tribunales eclesiásticos imponían a quienes cometían adulterio (la tasa de adulterio era muy elevada pues el matrimonio como institución no se regularizó hasta el Concilio de Trento en el s. XVI). Los reos eran expuestos públicamente y condenados a vestir con determinados colores y signos distintivos, como las sayas blancas en las mujeres. Símbolos conocidos, socialmente identificados que pretendían adoctrinar mediante la pedagogía del miedo al castigo y el temor a la condena eterna. Muy conocida fue también la túnica impuesta por la Inquisición, popularmente llamada ‘sambenito’, de color morado con cinto amarillo. La práctica inquisitorial obligaba a pasear con ella pretendiendo el descrédito del supuestamente culpable. Esta costumbre dio lugar a otro célebre dicho: “colgar el sambenito” a alguien, o sea, marcarlo, etiquetarlo, encasillarlo, desprestigiarlo…

En definitiva las peregrinaciones formaron una parte esencial de la vida espiritual y cultural de la Europa medieval que dieron lugar a numerosas rutas, en torno a las cuales crecieron innumerables instalaciones equipadas para atender las necesidades físicas y espirituales de los caminantes. Las posadas y mesones ofrecían habitaciones escasas de muebles y poco higiénicas que, en ocasiones, albergaron a más de una persona en la misma estancia. Amuebladas con gran austeridad apenas contenían una yacija o cama de madera o un jergón de hojas de maíz, donde los huéspedes dormían cubiertos con el tabardo (prenda de abrigo ancho y largo) o una manta. Las distancias recorridas cada día podían ser de hasta 25 km, las más de las veces a pie, a través de dos tipos de vías: las de ‘herradura’  -por las que sólo podían circular mulas, bueyes, caballos y personas- y las carreteras -que unían las ciudades principales- destinadas a la circulación de los carros. Unas y otras eran muy inseguras y expuestas a múltiples peligros, desde el robo y la violación hasta el asesinato, del que muy posiblemente, el criminal solía salir impune. No obstante nada pudo impedir el flujo de personas, ni los escasos medios de transportes existentes -a pie, a caballo o en carro y marítimo- ni los exiguos recursos: viajar por aquel entonces requería, sobre todo, tiempo. Mercaderes, emigrantes, militares, mensajeros, juglares, recaudadores de hacienda, nobles, religiosos, artistas, prostitutas, mendigos e incluso una novia que marchaba a vivir con su futuro esposo, fueron susceptibles de viajar al menos una vez en la vida…

Junto a los peregrinos otro tipo de viajeros fueron los misioneros, conquistadores, exploradores y, finalmente, los aventureros, auténticos viajeros a la búsqueda de lugares ignotos. En general durante esta época perduró la concepción cristiana de la vida como un viaje “por el valle de las sombras” en el que todos somos peregrinos. Sin apego a sus lugares, los estudiantes universitarios eran jóvenes errantes que usando el latín como lengua vehicular vagaban entre Salamanca, París, Bolonia, Oxford… Los trovadores y juglares deambulaban de palacio en palacio ofreciendo su talento…  Los caballeros andantes y los “justadores” competían en los famosos torneos evidenciando su valor. Otros simplemente emprendieron largos viajes de los que no siempre regresaban…Quienes lo consiguieron construyeron maravillosos relatos. Narraciones extraordinarias que hablaban de lugares exóticos, extrañas costumbres, animales raros considerados monstruos de la naturaleza, como las ballenas o las jirafas…Objetos, telas, bebidas, plantas, paisajes de ensueño que poco a poco fueron dando cuerpo y engendrando un nuevo género literario como fueron los relatos de aventuras… Dos siglos más tarde, después de cientos de viajes alrededor del orbe, asistiremos al nacimiento de la literatura de viaje…

Viajar en la antigua Roma: entre los negocios y el placer…

La vida en la antigua Roma no era tan idílica como la muestran en el cine…La vida para un romano de a pie, entre los sesenta millones de habitantes del Imperio, era corta, con libertades limitadas y una gran incertidumbre económica…Por aquel entonces, como ahora, viajar solo estuvo al alcance de unos pocos…
‘Ituci’ colonia romana…Fotografía mp_dc

Huele a verano. A estas alturas del año y, en esta ocasión con más ganas que nunca, los bares y restaurantes de las ciudades despliegan sus terrazas, muchas renovadas y nuevas, dispuestas a ofrecer un servicio seguro que atraiga a todos, particularmente a los más temerosos al contagio. Al pasear por las calles y plazas cientos de aromas nos envuelven. Son los efluvios culinarios que nos incitan a cerrar los ojos para deleitarnos en ellos. Aquí, en mi tierra, la esencia aromática por excelencia podría ser la del ‘pescaito frito’ y ahora, en verano, las sardinas o las caballas asadas y los caracoles…También las playas se preparan  tendiendo cientos de caminos de madera sobre la arena caliente, senderos que se adentran para facilitar el acceso a lugareños y foráneos llegados desde diferentes puntos de nuestras geografía, de Europa e incluso de otros continentes. Somos viajeros por naturaleza tal y como lo demuestra la historia. Viajamos por múltiples razones pero hemos aprendido a separar los negocios del placer o eso se deduce de nuestro sabio refranero: ‘antes la obligación y después la devoción’, ‘primero lo necesario y luego lo voluntario…’

Desde los comienzos de la historia la humanidad solos, en manadas o en grupos organizados, hombres, mujeres y niños se veían obligados a desplazarse desde unos lugares a otros. Primero para poder cubrir sus necesidades. Puesto que nuestros ancestros vivían al amparo de una economía de ‘consumo’ y depredadora, cuando se agotaban los recursos debían trasladarse para subsistir. Luego, cuando desarrollaron la agricultura y la ganadería y se hicieron sedentarios, las salidas de población se produjeron a fin de impulsar la colonización. Posteriormente movidos por el afán de conquista, la ampliación de fronteras, la búsqueda de recursos y a consecuencia del nacimiento del comercio, vieron la luz los grandes viajes de exploración. Todos estos traslados nada tuvieron que ver con el ocio del que se habla por primera vez en tiempos de la Antigua Roma.

Los romanos viajaron mucho y por muy diversos motivos: familiares, profesionales, religiosos, intelectuales, económicos…Pero la gran novedad es que comenzaron a desarrollar ese otro tipo de viaje que en la actualidad se realiza al paraguas del fenómeno conocido como ‘turismo’, palabra que etimológicamente procede del verbo tornare, ‘volver o hacer girar’  señalando a las idas y venidas que implican trasladarse.  Y de nuevo acude a mi memoria el recuerdo del anuncio de la televisión que señalé en el post anterior: ‘la vida da muchas vueltas, las vueltas dan mucha vida’. La verdad es que los publicistas tuvieron mucho acierto con el eslogan, aunque el anuncio no se mantuvo mucho tiempo en pantalla…

Entonces como ahora, viajar por placer no estaba al alcance de cualquiera. Para empezar el medio de transporte más frecuente entre los romanos para este tipo de periplos era la ‘litera’ portada por esclavos, mano de obra de la que solo disponían los más acaudalados. También usaban la ‘basterna’, parecida a la anterior aunque tirada por mulas. Sólo los nobles podían poseer esclavos y mulas. Viajar era, por tanto, una prerrogativa de los patricios y de los altos militares que prestaban sus servicios al ejército por lo que poseyeron gran prestigio y contaron con la simpatía del pueblo al colaborar en la grandeza del Imperio. Todos ellos supieron distinguir perfectamente entre el negotium y  el otium, términos similares a los que hoy usamos para distinguir al ‘viajante’  (el que viaja por trabajo) del ‘viajero’ (el que viaja por placer).El negotium y otium fueron actividades practicadas por orden riguroso pues es sabido que los romanos fueron pragmáticos y más retóricos que filosóficos a diferencia de sus vecinos griegos. Así pues, una vez concluido el trabajo, se entregaban al descanso sin reservas y lo hacían generalmente instalándose en la villa marítima de uno de los municipios más o menos cercanos, a elegir a lo largo y ancho de la geografía imperial. Un ejemplo muy cercano a mí es la ciudad de San Fernando, villa romana donde descansaban altos mandos militares que servían en Gades, posteriormente convertida en lugar donde se retiraban, una vez jubilados, los generales del ejército romano.

No obstante la grandeza de Roma no hubiera sido tal si al afán de conquista no se hubieran unido las ganas de conocer mundo. Tal vez sea por eso que durante los siglos II y III d.C. tuvieron mucho éxito los relatos exóticos, citados por boca de autores conocidos, entre los que destacan Las aventuras de Leucipa y ClitofonteLas efesíacas, Las etiópicas, narraciones que contaban las aventuras y desventuras de jóvenes enamorados y por las periégesis, género literario practicado por los griegos que narraban descriptivamente países y monumentos de manera semejante a nuestras actuales ‘guías de viajes’. Las periegésis informaban sobre los ritos y costumbres de los diferentes lugares describiendo los grandes complejos religiosos, sus fiestas y tradiciones. Plinio el Viejo, Séneca y otros, hacen mención de grandes obras que versaron sobre  Egipto y Grecia en las que se citan el Nilo o el Tigris que, hoy por hoy, constituyen una valiosa fuente de información.

Los destinos más frecuentados por los romanos fueron Grecia y Egipto. Por proximidad realizaron numerosas ‘escapadas’ a Grecia para visitar ciudades como Corinto, Epidauro, Esparta, Delfos u Olimpia sede de los famosos festivales y juegos olímpicos, un destino de gran éxito durante las fechas de su celebración. Los viajes a Egipto fascinaron a los romanos, sobre todo fueron foco de atracción las pirámides de Gizet o las Tumbas de famosos Faraones. Los innumerables grafitos que cientos de excursionistas dejaron -que contienen datos interesantes: nombres, fechas, poemas, opiniones…- se asemejan a nuestra costumbre de grabar nombre, corazones o frases en libros de visitas, en las puertas de los baños públicos o en las paredes de algunos monumentos visitados, aunque no gozan de aprobación unánime, gusten o no, representan una fuente de la que obtener datos para la reconstrucción de la historia. En fin, los romanos supieron combinar trabajo y placer e invirtieron una parte de su tiempo en hacer turismo, eso sí, una vez concluidas sus obligaciones o misiones bélicas y sin necesidad de cruzar el Mediterráneo pues, el área de la Campania, en Italia, donde estaba situada la ciudad de Pompeya, Herculano o Estabia, localidades cercanas a Roma, bendecidas con buen clima y playas atractivas, fueron sede de un núcleo turístico privilegiado donde, parafraseando a Cicerón, «pasar el tiempo plácidamente entre romances, canciones, banquetes y paseos en bote».

Muchos consideran una novedad apartarse del mundanal ruido, que diría Fray Luis de León, para dedicar un tiempo a la ‘vida contemplativa’, es decir, a la meditación, el mindfulness o espritualidades varias aunque, a decir verdad, Plinio el Joven (s. I d. C.) ya las mencionaba en sus escritos explicando a qué ‘dedicaba el tiempo libre’ durante sus vacaciones estivales, citando que lo empleaba en meditar, leer, recibir masajes, bañarse, escuchar recitaciones y música, pescar o montar a caballo, ocupaciones que podía realizar solo o en compañía. Muchas ciudades, entre ellas las anteriormente mencionadas, poseyeron complejos residenciales conformados por lujosas villas de recreo que predisponían a sus ocupantes para la realización de tareas de ocio y descanso, en ocasiones compartidas entre vecinos, particularmente cuando se trataba de festejar determinados eventos con copiosos banquetes o ágapes comparables nuestras conocidas barbacoas, auténticas bacanales en las que corría el vino y la comida en abundancia, costumbre de la que tanto gustaban los romanos mientras socializaban y se entretenían ‘charlando largo y tendido’, frase que proviene de la posición mantenida durante el almuerzo o la cena, es decir, tendidos sobre sus triclinium

La arqueología ha permitido rescatar e interpretar la vida de las culturas y civilizaciones que nos precedieron. Gracias a la tarea de arqueólogos e historiadores se han podido reconstruir e incluso recrear estos ambientes de representación social, de ocio y disfrute intelectual donde los patricios romanos pasaron parte de su tiempo viviendo a ‘cuerpo de rey’ incluso en tiempos de ‘la república…’ En fin, salta a la vista que en la antigüedad clásica se encuentran las claves y los orígenes de muchas de nuestras costumbres y tradiciones, por eso constituyen una fuente permanente de inspiración y por eso también, necesitamos mirar al pasado si queremos comprender el presente…