Ellas también viajaron solas: el ‘Itinerarium’ de Egeria…

Egeria ha pasado a la historia por ser la primera mujer que llevó a cabo un largo y heroico viaje de peregrinación, cuyo testimonio ha quedado recogido gracias a sus cartas las mismas que, hoy por hoy, se reconocen como antecedentes de la literatura de viaje…
Fotografía: mp_dc

En casi todos los viajes que he realizado a lo largo de mi vida, siempre llamaron mi atención las mujeres que lo hacen solas. Por entonces no podía imaginar que, pasado el tiempo, yo también lo haría. Si he de ser sincera me costó tomar tal decisión, acostumbrada a hacerlo siempre en familia, con amigos o en pareja. Pero la vida nos hace transitar por estadios muy diversos que requieren aceptación y adaptación a las circunstancias, añadiendo también altas dosis de positividad: contemplar el vaso medio lleno e intentar observar siempre el lado bueno…En definitiva desdramatizar, alejar esa sensación de incapacidad que tantas veces se apodera de quienes hacemos camino solos y, en ocasiones, voluntariamente solos…La soledad elegida o impuesta tiene muchas caras que explorar y ofrece muchas oportunidades de aprender a gestionar nuestros capitales emocionales y a disfrutar cada momento presente, único e irrepetible…

Naturalmente viajar solos en pleno siglo XXI no tiene tanta ciencia y, en el caso de las mujeres, oferta bastantes garantías y múltiples seguridades. Pero, en general, viajar en tiempo de la Antigua Roma o durante el medievo era cosa arriesgada y difícil… Es fácil imaginar los peligros que cualquiera corría en semejante contexto, por no mencionar las incomodidades, inclemencias y enfermedades a las que, en el caso de las féminas, debemos sumar las dificultades intrínsecas o propias a la condición de género. Sin embargo la historia de las mujeres ha avanzado a impulsos de quienes, como Egeria, transgredieron la línea de la ‘normalidad’. Mujeres intrépidas que asumieron el desafío de las propias inquietudes a la par que renunciaron a llevar una vida encorsetada entre los márgenes socialmente establecidos -en una sociedad dominada por hombres- que la obligaban a vivir sometidas a los varones del entorno, en papel de hijas, esposas y madres…

No obstante, desde las culturas clásicas la historia nos demuestra lo que la literatura constata, es decir, cómo las mujeres encontraron las vías para hacerse oír desarrollando estrategias que les permitieron desenvolverse en foros y/o adentrarse en los márgenes de contextos propiamente masculinos. También es cierto que muchas lo hicieron utilizando la fórmula de ‘hijas de…’ o ‘esposas de…’ e incluso desde lugares más sombríos, en el papel de queridas o amantes que convirtieron el lecho en un espacio donde compartir, entre otros placeres, el de conversar haciendo hueco a las confidencias y complicidades varias. (Dejo al margen la consideración sobre la bondad o maldad de las intenciones y objetivos pretendidos por ambas partes).

Y hechas estas consideraciones iniciales, entre las primeras viajeras de la historia destaca la figura de Egeria (s. IV) Los datos biográficos de los que se disponen son escasos pero parecen indicar que procedía de la provincia romana de Gallaecia, en la diócesis de Hispania. Valerio, asceta y monje del Bierzo, la sitúa en la actual comarca y la llama por su nombre en sus escritos. Así mismo, cabe la posibilidad en opinión de los estudiosos, su parentesco con la primera esposa de Teodosio el Grande, Aelia Flacila, emperatriz romana descendiente de una familia prerromana, madre de Honorio y Arcadio, herederos de cada una de las partes en que fue dividido en Imperio Romano (Oriente y Occidente) a la muerte de su padre. Junto a esta hipótesis circulan otras que intentan aclarar cuál pudo ser la familia de procedencia de Egeria, aunque lo único que parece seguro es su ascendencia noble, su posición económica acomodada y su notable formación cultural. En opinión de Rosa Mª Cid, profesora Titular de Historia Antigua en Universidad de Oviedo quien ha encabezado diversos proyectos sobre la Mujeres en la Antigüedad, ha señalado que «su experiencia (refiriéndose a Egeria) muestra hasta qué punto podían romperse los roles de género en la sociedad de la antigüedad tardía, al presentarse como una auténtica aventurera».

Efectivamente. Ya en el año 384 esta mujer escribía: «Como soy un tanto curiosa, quiero verlo todo». Y así fue. Egeria atravesó tres continentes y recorrió más de 5.000 km a pie y a lomos de un burro o una mula convirtiéndose así en la primera mujer viajera conocida de la historia. Su hazaña es del todo loable no solo por lo que implica tal recorrido pleno de peligros de todo tipo, sino por el peso que representaba ser mujer en aquel tiempo y la consideración social que esto suponía. A este respecto Cristina Morató en su libro Viajeras intrépidas y aventureras, recoge un refrán de la época que dice así: “Peregrina salió, puta volvió”. Resumiendo así las sospechas que levantaba una mujer que mostrara este tipo de inquietudes tan poco frecuentes. Por otro lado, tal y como suele ocurrir cuando se trata de épocas tan remotas, algunos expertos han indicado que posiblemente debido a su estatus, podría ser que viajara con algún salvoconducto de los que se expedían a personalidades relevantes. De ser así dicho pasaporte le hubiera permitido cruzar fronteras con ciertas garantías, lo cual no es óbice para desmerecer su osadía.

En cualquier caso Egeria, sin proponérselo, ha pasado a los anales no solo como aventurera sino como escritora. Sumamente religiosa y culta, durante su periplo escribió numerosas cartas recopiladas en una obra conocida como Itinerarium Egeriae, del que se conserva solo una parte. Dicha obra ha sido interpretada como un antecedente de la ‘literatura de viaje’, de la que hablaré más pormenorizadamente en otro post. Algunas voces importantes procedentes del ámbito literario como Menéndez Pidal, colocan a Egeria al frente del elenco conformado por escritoras hispanas, aunque no hubo intencionalidad consciente de crear un texto literario porque su única motivación fue compartir con sus hermanas cuanto descubría. De ahí el uso de un lenguaje fresco, cercano, cotidiano propio de la escritura epistolar, íntima y personal. Un camino recorrido posteriormente por otros escritores, como Flaubert, que llegaron a la literatura de viaje de la mano de este mismo género. Las cartas muestran el carácter curioso y crítico de Egeria, en los que muestra su profunda religiosidad al tiempo que cuestiona e intenta realizar sus propias comprobaciones.

El viaje partió de la Actual Galicia, atravesando a continuación Tarragona hasta el Ródano desde donde cruzó toda Italia. Desde aquí embarcó dirección Constantinopla para partir hacia Palestina con intención de visitar Jerusalén realizando así una peregrinación que tiempo atrás inauguró santa Helena, madre de Constantino. Visitó Jericó, Belén, Nazaret, Cafarnaúm, aunque estableció su base en Jerusalén. En el 382 continuó por Egipto, donde conoció a los anacoretas que vivían en el desierto, pasando nuevamente a Jerusalén para peregrinar al monte Sinaí (momento en el cual comienza la parte encontrada de su relato) y después visitar Antioquía, Edesa, Mesopotamia y Siria…Ya de vuelta hacia Constantinopla escribía así a sus hermanas: «Tenedme en vuestra memoria, tanto si continúo dentro de mi cuerpo como si, por fin, lo hubiere abandonado». Sus textos permanecieron durante siglos presos del polvo en una biblioteca hasta que en 1903 se sacaron del olvido para realizar un trabajo de historia. Así Egeria fue rescatada y su pericia sacada a la luz….

La experiencia viajera de Egeria reflejada en su Itinerarium, ha sido traducida a varios idiomas. Una calle en Ponferrada y otra en León llevan su nombre así como también una empresa familiar de cerveza artesana en El Bierzo. Finalmente, en el pequeño municipio leonés de  Villaquilambre, desde 2007 funciona una Escuela de Formación de mujeres Egeria… Hermoso homenaje en recuerdo de una mujer que quería verlo todo y escribió todo lo que vió…

Peregrinos, caminantes y exploradores…

El término ‘peregrino’ se refiere en su significado más clásico a la visita a un santuario o algún lugar considerado sagrado. En su acepción más general es todo aquel que anda por tierras extrañas. En sentido estricto, para el español de religión católica, es quien se dirige a la catedral de Santiago de Compostela a visitar la tumba del apóstol
Fotografía: mp_dc

Durante la Edad Media fueron constantes las idas y venidas de personas desde unos sitios a otros, un trasiego que alcanzó su cenit tras el descubrimiento de tumbas y reliquias cuyos hallazgos consiguieron transfigurar algunos lugares, desde entonces, consagrados al culto, transformados en focos de peregrinación y objetivo de las múltiples Cruzadas (expediciones militares a Jerusalén para rescatar los Santos Lugares del poder de los turcos). Así nacieron en Europa y en Jerusalén los principales destinos para la cristiandad, muchos de los cuales se mantienen vigentes aunque, a diferencia de aquellos peregrinos, los actuales ‘hacen el camino’ movidos no sólo por razones religiosas sino culturales o simplemente de ocio.

El mapa de Europa tras la caída de Roma se dibujaba empobrecido y ruralizado. Atrás quedaron las numerosas ciudades fundadas en tiempos del Imperio, organizadas con sus cardos y decumanus, sus foros, termas, coliseos, anfiteatros…La entrada masiva de aquellos pueblos sin romanizar conocidos como ‘bárbaros’, arrasaron la grandeza que durante años Roma había atesorado a través de sus conquistas: de oriente a occidente los romanos crearon uno de los más grandes imperios de la Antigüedad Clásica. Y para facilitar los desplazamientos por tan vastos territorios, los romanos construyeron una red de calzadas y caminos que conectaban entre sí las diversas regiones del Imperio. Casi 400 vías, es decir, aproximadamente unos 70.000 kilómetros de caminos trazados (la mayoría por razones militares o administrativas) para comunicar los puntos más recónditos con la metrópolis principal que ostentó la capitalidad: Roma.  No obstante el dicho ‘todos los caminos conducen a Roma’ no es baladí pues “la organización investigadora de temas de movilidad urbana Moovel Lab al mapear rutas terrestres de toda Europa comprobó que convergen en la actual capital italiana”. En fin, en sus días de gloria, desde Gran Bretaña a Turquía las 113 provincias del Imperio estuvieron interconectadas… Con el tiempo la expresión se popularizó y adoptó un significado simbólico o metafórico utilizado para indicar la diversidad de opciones que podemos explorar para llegar a donde queremos, si es que queremos…

En este período se forja e instala en el imaginario colectivo la imagen del homo viator. Viajar en esta época constituyó una realidad cotidiana que pocas veces se propulsaba desde el ocio y casi siempre de la mano del trabajo, la economía o la guerra, hasta que la religiosidad popular promovida desde determinados sectores eclesiásticos, publicitaron el poder sobrenatural de las reliquias, los milagros, las apariciones y otros tantos fenómenos religiosos, que convirtieron determinados lugares en focos de atracción para caminantes y peregrinos llegados desde puntos lejanos de la toda la geografía conocida…

Etimológicamente la palabra peregrino se deriva del adverbio latino peregri o peregre que significa “en el extranjero”. De ahí que primitivamente se refiera a ‘andar por tierras extrañas o extranjeras’. En opinión de Ortega y Gasset, su primer fonema (per-) procede del indoeuropeo cuyo significado original sería algo así como “caminar por el mundo cuando no había caminos» y, por ello, todo viaje resultaba más o menos desconocido y peligroso. Posteriormente, en época cristiana, el término pereginatio adquirió un matiz religioso para referir ‘el viaje a los Santos Lugares’ (así fue también también para los musulmanes que van a La Meca), de manera que en castellano el ‘peregrino’, en su acepción clásica, es sobre todo aquel se dirige a la Catedral de Santiago para visitar o rezar ante la tumba del Apóstol (también llamado ‘conchero’ por la costumbre de llevar una concha de vieira como seña). No obstante en España, aunque con menos arraigo, también se peregrinaba al Monasterio de Santo Toribio de Liébana, en Cantabria, donde se conserva un trocito de la Cruz –Lignun Crucis. A quienes recorren este camino se les llamaba ‘crucenos o cruceros’. Existieron, además, otras rutas de peregrinación como las realizadas por los ‘romeros’ que recorrían las vías romeas para dirigirse a Roma o los ‘palmeros que iban a Jerusalén, así llamados porque si regresaban traían una ‘palma’. Ir de peregrinación o romería son expresiones nacidas durante la Edad Media que se mantienen vigentes aunque actualizaron su significado para adecuarse a los nuevos tiempos… Finalmente solo decir que, antes como ahora, todos los ‘caminantes’ transitaban dos caminos: el ‘real’ y el ‘simbólico’ o interior, que representa el encuentro personal consigo mismo. El ‘camino de Santiago’ constituye, hoy por hoy, una ruta de encuentro que reúne a caminantes nacionales y foráneos. Un camino pleno de Historia y de historias. Una ruta de intercambios culturales que se ha mantenido ininterrumpidamente vigente desde sus nacimiento.

En este momento sería interesante recordar que la sociedad medieval desarrolló una cultura extremadamente sacralizada pues era misión del estamento eclesiástico dedicarse al rezo y a preservar el saber y la cultura, no en vano la locución latina orat et labora –reza y trabaja- fue la máxima que presidió la vida monástica de cientos de varones apartados de la vida en el siglo,  precisamente para poder dedicarse en exclusiva a rezar, conservar obras de arte y manuscritos y copiar códices. La novela de Umberto Eco ‘El nombre de la rosa’, después llevada al cine, recrea con bastante acierto la vida monástica, asesinato aparte… Y, por cierto, me refiero a los conventos masculinos conscientemente, porque las monjas se dedicaban a rezar, por supuesto, pero no realizaban las misma actividades que los frailes sino aquellas relacionadas con las funciones socialmente asignadas por su género, las mismas de las que aún quedan residuos en los actuales conventos en los que permanecen dedicadas a la vida contemplativa además de hacer dulces, embutidos y manualidades varias…

Por otro lado la peregrinación también constituyó una pena que los tribunales eclesiásticos imponían a quienes cometían adulterio (la tasa de adulterio era muy elevada pues el matrimonio como institución no se regularizó hasta el Concilio de Trento en el s. XVI). Los reos eran expuestos públicamente y condenados a vestir con determinados colores y signos distintivos, como las sayas blancas en las mujeres. Símbolos conocidos, socialmente identificados que pretendían adoctrinar mediante la pedagogía del miedo al castigo y el temor a la condena eterna. Muy conocida fue también la túnica impuesta por la Inquisición, popularmente llamada ‘sambenito’, de color morado con cinto amarillo. La práctica inquisitorial obligaba a pasear con ella pretendiendo el descrédito del supuestamente culpable. Esta costumbre dio lugar a otro célebre dicho: “colgar el sambenito” a alguien, o sea, marcarlo, etiquetarlo, encasillarlo, desprestigiarlo…

En definitiva las peregrinaciones formaron una parte esencial de la vida espiritual y cultural de la Europa medieval que dieron lugar a numerosas rutas, en torno a las cuales crecieron innumerables instalaciones equipadas para atender las necesidades físicas y espirituales de los caminantes. Las posadas y mesones ofrecían habitaciones escasas de muebles y poco higiénicas que, en ocasiones, albergaron a más de una persona en la misma estancia. Amuebladas con gran austeridad apenas contenían una yacija o cama de madera o un jergón de hojas de maíz, donde los huéspedes dormían cubiertos con el tabardo (prenda de abrigo ancho y largo) o una manta. Las distancias recorridas cada día podían ser de hasta 25 km, las más de las veces a pie, a través de dos tipos de vías: las de ‘herradura’  -por las que sólo podían circular mulas, bueyes, caballos y personas- y las carreteras -que unían las ciudades principales- destinadas a la circulación de los carros. Unas y otras eran muy inseguras y expuestas a múltiples peligros, desde el robo y la violación hasta el asesinato, del que muy posiblemente, el criminal solía salir impune. No obstante nada pudo impedir el flujo de personas, ni los escasos medios de transportes existentes -a pie, a caballo o en carro y marítimo- ni los exiguos recursos: viajar por aquel entonces requería, sobre todo, tiempo. Mercaderes, emigrantes, militares, mensajeros, juglares, recaudadores de hacienda, nobles, religiosos, artistas, prostitutas, mendigos e incluso una novia que marchaba a vivir con su futuro esposo, fueron susceptibles de viajar al menos una vez en la vida…

Junto a los peregrinos otro tipo de viajeros fueron los misioneros, conquistadores, exploradores y, finalmente, los aventureros, auténticos viajeros a la búsqueda de lugares ignotos. En general durante esta época perduró la concepción cristiana de la vida como un viaje “por el valle de las sombras” en el que todos somos peregrinos. Sin apego a sus lugares, los estudiantes universitarios eran jóvenes errantes que usando el latín como lengua vehicular vagaban entre Salamanca, París, Bolonia, Oxford… Los trovadores y juglares deambulaban de palacio en palacio ofreciendo su talento…  Los caballeros andantes y los “justadores” competían en los famosos torneos evidenciando su valor. Otros simplemente emprendieron largos viajes de los que no siempre regresaban…Quienes lo consiguieron construyeron maravillosos relatos. Narraciones extraordinarias que hablaban de lugares exóticos, extrañas costumbres, animales raros considerados monstruos de la naturaleza, como las ballenas o las jirafas…Objetos, telas, bebidas, plantas, paisajes de ensueño que poco a poco fueron dando cuerpo y engendrando un nuevo género literario como fueron los relatos de aventuras… Dos siglos más tarde, después de cientos de viajes alrededor del orbe, asistiremos al nacimiento de la literatura de viaje…

Viajar en la antigua Roma: entre los negocios y el placer…

La vida en la antigua Roma no era tan idílica como la muestran en el cine…La vida para un romano de a pie, entre los sesenta millones de habitantes del Imperio, era corta, con libertades limitadas y una gran incertidumbre económica…Por aquel entonces, como ahora, viajar solo estuvo al alcance de unos pocos…
‘Ituci’ colonia romana…Fotografía mp_dc

Huele a verano. A estas alturas del año y, en esta ocasión con más ganas que nunca, los bares y restaurantes de las ciudades despliegan sus terrazas, muchas renovadas y nuevas, dispuestas a ofrecer un servicio seguro que atraiga a todos, particularmente a los más temerosos al contagio. Al pasear por las calles y plazas cientos de aromas nos envuelven. Son los efluvios culinarios que nos incitan a cerrar los ojos para deleitarnos en ellos. Aquí, en mi tierra, la esencia aromática por excelencia podría ser la del ‘pescaito frito’ y ahora, en verano, las sardinas o las caballas asadas y los caracoles…También las playas se preparan  tendiendo cientos de caminos de madera sobre la arena caliente, senderos que se adentran para facilitar el acceso a lugareños y foráneos llegados desde diferentes puntos de nuestras geografía, de Europa e incluso de otros continentes. Somos viajeros por naturaleza tal y como lo demuestra la historia. Viajamos por múltiples razones pero hemos aprendido a separar los negocios del placer o eso se deduce de nuestro sabio refranero: ‘antes la obligación y después la devoción’, ‘primero lo necesario y luego lo voluntario…’

Desde los comienzos de la historia la humanidad solos, en manadas o en grupos organizados, hombres, mujeres y niños se veían obligados a desplazarse desde unos lugares a otros. Primero para poder cubrir sus necesidades. Puesto que nuestros ancestros vivían al amparo de una economía de ‘consumo’ y depredadora, cuando se agotaban los recursos debían trasladarse para subsistir. Luego, cuando desarrollaron la agricultura y la ganadería y se hicieron sedentarios, las salidas de población se produjeron a fin de impulsar la colonización. Posteriormente movidos por el afán de conquista, la ampliación de fronteras, la búsqueda de recursos y a consecuencia del nacimiento del comercio, vieron la luz los grandes viajes de exploración. Todos estos traslados nada tuvieron que ver con el ocio del que se habla por primera vez en tiempos de la Antigua Roma.

Los romanos viajaron mucho y por muy diversos motivos: familiares, profesionales, religiosos, intelectuales, económicos…Pero la gran novedad es que comenzaron a desarrollar ese otro tipo de viaje que en la actualidad se realiza al paraguas del fenómeno conocido como ‘turismo’, palabra que etimológicamente procede del verbo tornare, ‘volver o hacer girar’  señalando a las idas y venidas que implican trasladarse.  Y de nuevo acude a mi memoria el recuerdo del anuncio de la televisión que señalé en el post anterior: ‘la vida da muchas vueltas, las vueltas dan mucha vida’. La verdad es que los publicistas tuvieron mucho acierto con el eslogan, aunque el anuncio no se mantuvo mucho tiempo en pantalla…

Entonces como ahora, viajar por placer no estaba al alcance de cualquiera. Para empezar el medio de transporte más frecuente entre los romanos para este tipo de periplos era la ‘litera’ portada por esclavos, mano de obra de la que solo disponían los más acaudalados. También usaban la ‘basterna’, parecida a la anterior aunque tirada por mulas. Sólo los nobles podían poseer esclavos y mulas. Viajar era, por tanto, una prerrogativa de los patricios y de los altos militares que prestaban sus servicios al ejército por lo que poseyeron gran prestigio y contaron con la simpatía del pueblo al colaborar en la grandeza del Imperio. Todos ellos supieron distinguir perfectamente entre el negotium y  el otium, términos similares a los que hoy usamos para distinguir al ‘viajante’  (el que viaja por trabajo) del ‘viajero’ (el que viaja por placer).El negotium y otium fueron actividades practicadas por orden riguroso pues es sabido que los romanos fueron pragmáticos y más retóricos que filosóficos a diferencia de sus vecinos griegos. Así pues, una vez concluido el trabajo, se entregaban al descanso sin reservas y lo hacían generalmente instalándose en la villa marítima de uno de los municipios más o menos cercanos, a elegir a lo largo y ancho de la geografía imperial. Un ejemplo muy cercano a mí es la ciudad de San Fernando, villa romana donde descansaban altos mandos militares que servían en Gades, posteriormente convertida en lugar donde se retiraban, una vez jubilados, los generales del ejército romano.

No obstante la grandeza de Roma no hubiera sido tal si al afán de conquista no se hubieran unido las ganas de conocer mundo. Tal vez sea por eso que durante los siglos II y III d.C. tuvieron mucho éxito los relatos exóticos, citados por boca de autores conocidos, entre los que destacan Las aventuras de Leucipa y ClitofonteLas efesíacas, Las etiópicas, narraciones que contaban las aventuras y desventuras de jóvenes enamorados y por las periégesis, género literario practicado por los griegos que narraban descriptivamente países y monumentos de manera semejante a nuestras actuales ‘guías de viajes’. Las periegésis informaban sobre los ritos y costumbres de los diferentes lugares describiendo los grandes complejos religiosos, sus fiestas y tradiciones. Plinio el Viejo, Séneca y otros, hacen mención de grandes obras que versaron sobre  Egipto y Grecia en las que se citan el Nilo o el Tigris que, hoy por hoy, constituyen una valiosa fuente de información.

Los destinos más frecuentados por los romanos fueron Grecia y Egipto. Por proximidad realizaron numerosas ‘escapadas’ a Grecia para visitar ciudades como Corinto, Epidauro, Esparta, Delfos u Olimpia sede de los famosos festivales y juegos olímpicos, un destino de gran éxito durante las fechas de su celebración. Los viajes a Egipto fascinaron a los romanos, sobre todo fueron foco de atracción las pirámides de Gizet o las Tumbas de famosos Faraones. Los innumerables grafitos que cientos de excursionistas dejaron -que contienen datos interesantes: nombres, fechas, poemas, opiniones…- se asemejan a nuestra costumbre de grabar nombre, corazones o frases en libros de visitas, en las puertas de los baños públicos o en las paredes de algunos monumentos visitados, aunque no gozan de aprobación unánime, gusten o no, representan una fuente de la que obtener datos para la reconstrucción de la historia. En fin, los romanos supieron combinar trabajo y placer e invirtieron una parte de su tiempo en hacer turismo, eso sí, una vez concluidas sus obligaciones o misiones bélicas y sin necesidad de cruzar el Mediterráneo pues, el área de la Campania, en Italia, donde estaba situada la ciudad de Pompeya, Herculano o Estabia, localidades cercanas a Roma, bendecidas con buen clima y playas atractivas, fueron sede de un núcleo turístico privilegiado donde, parafraseando a Cicerón, «pasar el tiempo plácidamente entre romances, canciones, banquetes y paseos en bote».

Muchos consideran una novedad apartarse del mundanal ruido, que diría Fray Luis de León, para dedicar un tiempo a la ‘vida contemplativa’, es decir, a la meditación, el mindfulness o espritualidades varias aunque, a decir verdad, Plinio el Joven (s. I d. C.) ya las mencionaba en sus escritos explicando a qué ‘dedicaba el tiempo libre’ durante sus vacaciones estivales, citando que lo empleaba en meditar, leer, recibir masajes, bañarse, escuchar recitaciones y música, pescar o montar a caballo, ocupaciones que podía realizar solo o en compañía. Muchas ciudades, entre ellas las anteriormente mencionadas, poseyeron complejos residenciales conformados por lujosas villas de recreo que predisponían a sus ocupantes para la realización de tareas de ocio y descanso, en ocasiones compartidas entre vecinos, particularmente cuando se trataba de festejar determinados eventos con copiosos banquetes o ágapes comparables nuestras conocidas barbacoas, auténticas bacanales en las que corría el vino y la comida en abundancia, costumbre de la que tanto gustaban los romanos mientras socializaban y se entretenían ‘charlando largo y tendido’, frase que proviene de la posición mantenida durante el almuerzo o la cena, es decir, tendidos sobre sus triclinium

La arqueología ha permitido rescatar e interpretar la vida de las culturas y civilizaciones que nos precedieron. Gracias a la tarea de arqueólogos e historiadores se han podido reconstruir e incluso recrear estos ambientes de representación social, de ocio y disfrute intelectual donde los patricios romanos pasaron parte de su tiempo viviendo a ‘cuerpo de rey’ incluso en tiempos de ‘la república…’ En fin, salta a la vista que en la antigüedad clásica se encuentran las claves y los orígenes de muchas de nuestras costumbres y tradiciones, por eso constituyen una fuente permanente de inspiración y por eso también, necesitamos mirar al pasado si queremos comprender el presente…

Del ‘homo viator’ y el ‘Grand Tour’

 El Homo viator es un tópico literario que muestra la existencia humana como un camino que el hombre debe recorrer. A través de este simbolismo, el camino representa la vida y El hombre es el sujeto que recorre dicho camino, cosa que hará desde la perspectiva existencial elegida.
Verona, Italia. Fotografía: mp_dc

Aunque no hayamos superado la pandemia y, a pesar de las nuevas cepas de las que cada día tenemos noticias, es justo reconocer las ganas contenidas de viajar que muchos tenemos. El proceso de vacunación parece acelerar las expectativas de cara al verano aunque ya son muchos los que se atreven a coger carretera y manta, dispuestos a pasar unas breves vacaciones en lugares apartados de sus casas. Donde sea: dentro de la Comunidad, del país, en Europa e incluso en otros continentes. Sea como fuere da la impresión de que el turismo renace y cobra vida, aunque no tan rápido como quisiéramos…

Desde la antigüedad circula el tópico literario procedente de la literatura pagana y cristiana del homo viator, el hombre viajero, una metáfora de la vida contemplada como un peligroso y accidentado viaje de aprendizaje continuo que culmina en la madurez, en el autoconocimiento o en la sabiduría. Una idea que extrapolada al cristianismo tenía como fin el perdón, la Gloria e incluso en la nada, según defendió Shakespeare…  ‘La Odisea’ de Homero también relata un viaje iniciático y, al igual que otras propuestas literarias, sus  protagonistas recorren un camino previamente determinado por Dios o por un demiurgo, como en el caso de la Divina Commedia de Dante Alighieri, o de El señor de los anillos de Tolkien. Otra opción es la expresada en el verso de Antonio Machado que popularizó Serrat cantando aquello que decía ‘se hace camino al andar’. O también el homo viator puede caminar en libertad de conciencia y desde su propia experiencia, tal y como sucede en Peregrino, el relato de Luis Cernuda.

El símil del ‘hombre que camina’ o ‘el hombre viajero’ se rescata en la Edad Media para referir la inquietud nacida en aquel entonces, por recorrer los caminos que conducían a los Santos Lugares. La sociedad medieval, la mayoría  iletrada e inculta, se aferraba a la religión, a la brujería, a la superstición y a la superchería en general. De ahí que el fenómeno de los milagros, las apariciones y la conservación de reliquias en iglesias y monasterios, produjera un trasiego de peregrinos que iban y venían hasta determinados lugares, convertidos en centros de atracción, junto a los cuales se inició un proceso de transformación que trajo consigo la aparición de numerosos  mesones, posadas, hospitales y albergues que ofrecían refugio y atención a los caminantes (Vid. ‘Camino de Santiago’). En general se puede afirmar que durante la Edad Media el fenómeno de los viajes fue una constante a tenor de los numerosos desplazamientos de los que se tienen noticias. El contacto y los vínculos creados en los nuevos lugares facilitaron el desarrollo de un proceso de apertura a nuevas culturas, a nuevas realidades y nuevas posibilidades que fueron forjando el espíritu que posteriormente cristalizó junto a los ideales del renacimiento. En este contexto vieron la luz los primeros ‘libros de viajes’ entre los que destaca el de Pero Tafur, un viajero español que escribió las Andanças e viajes durante el siglo xv, obra que narra los viajes de un caballero sevillano por el Mediterráneo y Oriente entre los años 1436 y 1439. La obra refleja el encuentro con otros pueblos y gentes, “la percepción del mundo y la naturaleza y las relaciones sociales, políticas y culturales que mantiene con los diversos reinos y territorios por los cuales se desplaza”. Los libros de viajes alcanzarán su época de esplendor durante los siglos XVIII y XIX.

El desarrollo de las ciudades y el comercio así como el nacimiento de la burguesía, revitalizaron la inquietud viajera durante el renacimiento. El homo viator de este tiempo no sólo se desplaza hasta los Santos Lugares, movidos por inquietudes religiosas. No. El espíritu renacentista creó nuevos centros de interés dejando de lado el universo religioso, al paraguas del cual se había vivido hasta ahora, para centrarse en un microcosmos caracterizado por el antropocentrismo: el hombre como medida de todas las cosas. Por eso los viajes durante esta etapa tuvieron una finalidad comercial y cultural.

La burguesía, que no poseyó títulos pero sí dinero, se movía por Europa y por el mundo conocido buscando los productos más novedosos y exóticos con los que comerciar, al tiempo que los artistas lo hacían por ‘amor al arte’, nunca mejor dicho, sin una moneda ni un mendrugo de pan, viajaban al calor de la solidaridad o de sus mecenas para memorizar parajes naturales  y paletas de color antes nunca vista que después proyectarían en sus propias obras.

No hace mucho, antes de la pandemia, un anuncio publicitaba viajes bajo un lema pegadizo y sabio que decía algo así: ‘la vida da muchas vueltas, las vueltas dan mucha vida’. He dicho sabio porque siempre he pensado que viajar enriquece, abre la mente, nos vuelve más abiertos y nos aporta nuevas perspectivas de vida. En la actualidad algunas agencias de viajes promueven tours monotemáticos que giran en torno a un centro de interés cultural, científico, gastronómico o enológico…Afortunadamente todo es cultura y no solo el arte, la literatura o la historia que también…Puede que de esta idea nacieran los ‘viajes de estudio’ de los que como docente ‘doy fe’ a la par que afirmo que han ido perdiendo gran parte del sustantivo ‘estudio’ –al menos en secundaria y bachillerato-. Cuando yo estudiaba los viajes incluían la mayor parte del tiempo visitas a museos, iglesias, monasterios…En ellos repasábamos lo que se ‘suponía’ debíamos saber…Y sí, también había tiempo para la diversión y el ocio, aunque fuera a costa de pasar la noche en blanco…Todos somos ‘viajeros’ por naturaleza, compartimos el viaje común de la vida. Cómo lo hagamos sólo depende de cada uno de nosotros, de la perspectiva en la que nos situemos y de las expectativas que contemplemos…

No obstante y entendiendo que el viaje vital es de aprendizaje en su significado más amplio, la historia y la literatura nos informan de otro tipo de viajes que han influido en la concepción del homo viator, tanto en cuanto ayudaron a conformar ese espíritu e influyeron en el posicionamiento en una perspectiva determinada. Me explico. Algunos pensarán que los actuales proyectos de intercambio universitario como el Erasmus son un invento reciente. Pues no. Ya en el siglo XVIII existió el denominado Grand Tour, un itinerario educativo por Europa cuya duración oscilaba entre los seis meses y algunos años. Con anterioridad el término apareció por primera vez en la obra  de Richard Lassels, Voyage d’Italie, escrita en 1670. En ella se habla del viaje de un grupo de jóvenes aristócratas británicos entre los siglos XVI y XVIII. Seguramente aquellos jóvenes habían cursado estudios en universidades inglesas, las misma que en aquel momento no gozaban de buena reputación frente a lo cual, este viaje, ofrecía la oportunidad de consolidar el aprendizaje de lenguas extranjeras, idea que convirtió al Grand Tour en un elemento clave para la formación de los jóvenes de clase media y alta que completaban esta etapa educativa antes de llegar a la edad adulta y, por supuesto, al matrimonio. No cabe duda que el viaje proporcionaba recursos y herramientas de gran utilidad para la vida…La literatura se encargó de difundir las bondades del Grand Tour y, aunque su origen lo sitúa en el ámbito educativo, acabó por identificarse con lo que hoy conocemos como ‘turismo’ a secas. Francia, Italia, Suiza, Alemania o Austria fueron los principales países europeos en torno a los cuales se determinaron los diferentes itinerarios que contemplaban las ciudades y regiones más emblemáticas.

Viajar constituye una fuente de bienestar para todos, de ahí que los científicos lo consideren bueno para la salud: reduce los niveles de estrés y proporciona bienestar emocional; estimula el cerebro; reduce los riesgos de infarto; representa una fuente de futuros recuerdos y refuerza la autoestima…Finalmente existe una única y poderosa razón: viajar nos hace felices…  Que así sea…