

Tal vez este sea el post especial-verano. Seguramente. Y con él la voz en off de quien suscribe se tomará un receso hasta septiembre. En breve la casa se llenará de voces, de sonidos de chanclas, de idas y venidas y largas sobremesas… La familia llega deseosa del descanso, de la playa, de los mimos…Ansiosa de los sabores y aromas de la infancia, de los besos y abrazos que escasean el resto del año…Confieso necesitar también esas sinergias con las que se nutren y refuerrzan los vínculos y los afectos, a pesar del jaleo y el cansancio que acarrean… Y, si bien es verdad que ningún verano es igual a otro, esta vez lo está siendo con más motivos y fundamentos…
Julio, abrasador, va agotando los días y nosotros con él, al tiempo que transitamos una durísima canícula acentuada por las olas de calor de un verano climáticamente peculiar donde los haya… Ya sabía yo, desde que comenzó el año, que sería especial y diferente, porque mi familia se prepara para un gran evento: la boda de mi hija, de mi única hija. La misma a la que dediqué la entrada titulada ‘La niña de mis ojos’. Esa que ayer mismo (metafóricamente hablando) sostenía entre mis brazos vestida con un faldón blanco y un jersey rosa que le tejió mi madre… La pequeña de los tres, a la que sus hermanos, aliados en el juego, hacían rabiar provocando sus quejas y lloros absurdos y caprichosos… Ella, tan presumida y coqueta, intentando decidir su ropa para el cole desde los tres años, imponiendo sus criterios estilistas desde la adolescencia… Siempre tan apegada a mí y yo tan empeñada en que fuera independiente, capaz, resolutiva y solvente en todos los sentidos, tal y como ha sido… Y si tuviera que destacar algunas de sus cualidades, diría que es una mujer inteligente, resiliente, fuerte y sincera a lo que sumo una bondad natural, a veces oculta tras alguna que otra ráfaga de visceralidad… Por supuesto tiene sus defectos, varios, pero una madre nunca los desvelaría, ni siquiera a los suyos…
Nuestras primeras transiciones familiares las hicimos en otra localidad, en una casa más pequeña, nuestro ático, aquel que todos recordamos como un lugar ligado a cierta magia porque todos y cada uno realizamos algún sueño. Allí abundaron más las risas que los llantos y sobre todo reinó la inocencia, la ilusión y la esperanza…
Luego llegaron los cambios, algunos inesperados. Y las mudanzas, porque la vida es larga y las exige. Y en todos estos recorridos las madres, desde el vagón de máquinas, procuramos una buena conducción, hacemos lo que podemos teniendo en cuenta, como dice una amiga, que los hijos no traen un ‘manual de instrucciones bajo el brazo’, a lo que añado que nadie puede predecir el futuro… O sea que repetiré frase: aprendemos aprendiendo. Ensayo-error, intuiciones, pálpitos, decisiones equivocadas, piedras en el camino con las que tropezamos, a veces, más de una vez…Y así, tropiezo tras tropiezo, como si de un milagro se tratara, de vez en cuando se produce un acierto…Y entonces respiramos hondo agradecidas…
Pero el tiempo pasa demasiado rápido. Y pasan las quejas porque no dejan dormir los fines de semana, los disgustos del cole, las tareas de las tardes de invierno, los programas infantiles de la TV, las preocupaciones de la adolescencia…Hasta que un buen día al despertar, resulta que ya no se les oye gritar, ni reírse, ni pelearse, aunque siguen en casa, acostados en sus camas, durmiendo la mañana porque vivieron la noche. Y aquellos cuerpecitos diminutos que antes arropabas se han hecho grandes y fuertes. Han dejado de ser niños…Renglón seguido, apenas un segundo después, la casa se sumerge en un silencio casi definitivo porque ya no viven con nosotros: La gallina abre sus alas para dejar ir a sus polluelos, ley de vida. Para entonces, la casa se vuelve grande y espaciosa. Es una nueva transición: el nido vacío.
Y una suma y suma arrugas en la piel y cicatrices en el alma. Inventa nuevas vidas, se reinventa, cosecha sueños que quizá, solo quizá, un día pueda compartir, aunque ya prevea que no queda mucho tiempo para sueños…Porque el mundo gira y gira sin parar, sin que sepamos qué nos depará cada vuelta, cada cruce de camino o cada puente cruzado…
La gente de mi entorno me pregunta si estoy feliz por la boda. Claro que lo estoy. Por mí, por ella, por ellos y porque tengo la suerte de ser partícipe de una ilusión que comparto y contemplo en primera fila… Aunque inevitablemente, el recuerdo de quienes no están, acuda a mi memoria devolviéndome un sabor agridulce que asumo con dignidad…El sabor de la vida vivida…
Durante un tiempo los hijos creemos que nuestras madres están protegidas o blindadas por una especie de halo de eternidad. Pensamos incrédulos, que nunca nos faltarán -les faltaremos- que siempre estarán -estaremos-… Pero la experiencia nos dice que así no funcionan las cosas…Y ese día llegará también para mí. Para entonces (ojalá sea más tarde que pronto) a mi hija le diría que siento no haber sido eterna ni atemporal, aunque nunca se quedará sola, porque mi sangre fluye por sus venas y mi ADN nos ha proporcionado algunas sinergías que nos unirán a través de la memoria… Porque en verano se refrescas los pies antes de acostarse, porque no es persona hasta que desayuna…Y tiene la manía de cubrir con un paño el sofá. Le gustan los tonos neutros, la tortilla de patatas y las croquetas y, en verano, se tapas medio cuerpo con las sábanas…Igual que yo…
En fin es el momento de brindar por la salud y la felicidad de los novios. Que les vaya bonito, que la confianza, la comprensión y el repeto les guíe en las adversidades y el amor sea la argamasa que siempre los una…
¡Feliz verano a todos! ¡Nos vemos a la vuelta!

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