De los ‘baños de ola’ al veraneo junto al mar…

Mucho han cambiado las cosas desde que a mediados del XIX se pusieran de moda los ‘baños de ola’.Por aquel tiempo pasar quince días en la playa era un lujo al alcance de unos pocos adinerados achacados con alguna dolencia…
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Algún que otro fiel seguidor me pregunta por la próxima entrada. Reconozco que yo también echo de menos sentarme a escribir aunque estos días me dedico sobre todo a ejercer de madre y pronto también de abuela…Et…¡voila! Confío que os resulte interesante…

En la actualidad ir a la playa a bañarse en verano es algo tan natural como cotidiano. Desde pequeños nos  han acostumbrado a ir a la playa con más o menos frecuencia. En el imaginario popular está fuertemente instalada y naturalizada la dicotomía playa-verano. No obstante, cada vez con más frecuencia, sobre todo en las ciudades costeras, las autoridades locales han intentado amortizar este recurso natural construyendo paseos marítimos, bares, restaurantes, centros de formación en actividades náuticas (vela, surf, padel-surf, kayak…etc…) y han proliferado todo tipo de establecimientos para disfrute de vecinos y foráneos durante todo el año. Ahora, en estos tiempos que corren, las playas locales han constituido un gran desahogo durante la pandemia, al considerarse un lugar más seguro para pasear al aire libre, manteniendo las distancias aconsejadas. Pero ¿de dónde proviene la costumbre de bañarse en la playa?

Fue a mediados del siglo XIX cuando determinadas corrientes científicas llegadas desde Inglaterra y Francia, comenzaron a difundir los beneficios  del agua del mar. Como sabemos, la covid es una más de las pandemias habidas en la historia de la humanidad. Justamente a mediados del XIX se superaba una oleada de cólera que afectó a Europa, cuyo tratamiento comenzó a contemplar los ‘baños de ola’ como parte de la recuperación por sus efectos terapéuticos. Además, algunos médicos empezaron a aconsejar unos sencillos ejercicios para combatir el asma, el reuma o la depresión, mediante escuetas instrucciones que debían seguirse a rajatablas…Y así fue como el mar comenzó a formar parte de la convalecencia y llegaron los primeros veraneantes hasta el litoral cantábrico para mejorar la salud y disfrutar del beneficio de sus aguas…Hasta entonces el mar no era sino un espacio más en el marco paisajístico de los pueblos y ciudades que, con las nuevas terapias, caló como lugar de esparcimiento, diversión y sociabilidad al calor de las nuevas ideas aportadas por la comunudad científica, ideas que, por cierto, no fueton vistas con buenos ojos por los profesionales más tradicionales e inmovilistas.

Tal y como imaginamos, estos nuevos  tratamientos solo estaban al alcance de la burguesía y la aristocracia y, como no, de la realeza. Grupos sociales acomodados que, enfermos o no, iniciaron la tradición de trasladarse en verano hasta las costas, sobre todo cántabras, para disfrutar los ‘baños de olas’ al tiempo que participaban de las fiestas locales populares y propias de la estación estival cuya convocatoria se mantiene vigente en la actualidad. Personalidades como la reina Isabel II – a quien se considera pionera y la que puso de moda a la capital cántabra- o Victoria Eugenia, esposa del rey Alfonso XIII, colaboraron a difundir la bondad de dichos baños en la ciudad de Santander a la que se desplazaron durante años.

A fin de instruir y popularizar los baños, salieron a la luz algunas guías, entre otras la publicada en 1877 en Barcelona por el DR. A. Bataller y Contasi titulada Guía del bañista o reglas para tomar con provecho los baños de mar, en la que podía leerse: “Nunca debe tomarse baño alguno, ni frío ni caliente, que no haya pasado tres horas desde la última comida. Los niños pueden hacerlo después de dos, porque digieren con más rapidez. Accidentes gravísimos son las consecuencias de la transgresión de este precepto.” Así es. De aquí viene la costumbre de las madres de mi generación, que nos obligaban a guardar tres aburridísimas horas de digestión, comieras lo que comieras, antes de volver al agua. La advertencia solía venir acompañada de una amenaza terrible que sucedería en caso de no obedecer…

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Otra advertencia del célebre Doctor decía: “Tampoco debe tomarse el baño en ayunas, si no quiere el bañista exponerse a un síncope y a una reacción difícil, incompleta o nula. Si ha de bañarse muy de mañana, a fin de no tener que desayunarse tres horas antes, lo mejor que puede hacer es tomar en lugar de alimentos sólidos una taza grande de caldo, pues está probado que se puede entrar en el baño sin peligro después de media hora de haberlo bebido”.

Y es que los bañistas de aquel tiempo seguían al pie de la letra las instrucciones dadas bajo prescripción médica sobre los baños: los intervalos que debían guardar, el número de olas y posturas en las que debían recibirse, diferentes en función de la dolencia o padecimiento. Igualmente existía todo un listado de precauciones a tener en cuenta: no entrar al agua sudando, utilizar “tela ligera, de lana, y compuesto de dos partes: pantalón y blusa “ (último grito durante el siglo XIX).

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Respecto a las instalaciones, como la mayoría no sabía nadar y tenía mucho miedo, se colocaban cuerdas o maromas desde la orilla hasta dentro del agua para que pudieran agarrarse y, como no, se contrataron numerosos ‘maromos’ –voz asumida en por la RAE que significa ‘novio o amante masculino’- dispuestos a ayudar a los bañistas… Así mismo, se instalaban carpas y después casetas en las que los usuarios de cambiaban de ropa antes y después del baño. Aquí, en España, las ciudades con mayor tradición de los baños son Santander (Playa del Sardinero) y San Sebastián (Playa de la Concha), aunque poco a poco se extendieron por los numerosos balnearios de toda Europa, al paraguas de las nuevas corrientes que lo aconsejaban para fortalecer los huesos y revitalizar el ánimo.

Las autoridades de Madrid, siempre dispuestas a apuntarse un tanto, el 17 de julio de 1846 lo anunciaron en “La Gaceta”, una propaganda que logró con mucho éxito atraer hasta el norte a veraneantes de la ciudad, considerando los beneficios que reportaban.

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Tomás Ibarrondo, médico titular de la Villa de Colindres (Cantabria), en el año 1878 animaba a todos a bañarse: «Tributarios Madrileños, Vallisoletanos, Burgaleses, etc… ¡Venid! Los que necesitáis equilibrar y restituir la vitalidad gastada en la población; en esos focos de inteligencia social ¡llegad! Jóvenes anémicas a recuperar vuestra sangre. Temperamentos linfáticos y nerviosos; niños débiles y enclenques, acercaos a vivir en las condiciones que os reporten el provecho salutífero que os precisa. Hombres de bufete: pasad aquí veinte días de esparcimiento y descanso, que sólo ello bastan a contrabalancear los efectos de la vida sedentaria con su agitada monotonía. Madres de familia; todas tan amantes que sois de vuestros hijos, traerlos a respirar este aire por treinta días, enfermos, valetudinarios, con ánimo, un poco de discreción y cautela, hallareis en este recinto la salud que demandáis. Vos Touristas, los que venís a buscar las impresiones de la moda para matar el tiempo, aquí se os espera. Médicos: mandad sin miedo a vuestros enfermos a este rinconcito que les proporciona agua que los regenera, alimentos que los entonan y atmósfera que los vivifica….»

En fin, mucho han cambiado las cosas desde entonces…Para quienes vivimos en la costa el mar es un referente natural del que no sabemos ni queremos prescindir. Y el mar nos sigue curando y sanando…Algunas heridas física mejoran y cicatrizan con la sal. Los músculos y huesos se fortalecen a base de caminar por la orilla. Muchas heridas del alma sanan tras pasar algún tiempo con la mirada en el horizonte, mientras nos embriaga su aroma y nos arrulla el sonido de las olas que, una a una, se van llevando nuestras tormentas para ponerlas a buen recaudo… El mar de todos…De los poetas, de los enamorados, de los que sufren, de los que son felices, de los vivos y también el descanso de nuestros muertos: «Si muero que me dejen a solas….El mar es mi jardín…»(José Hierro).

Una biblioteca viajera: final de trayecto…

«El viaje no termina jamás. Solo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración. El objetivo de un viaje es solo el inicio de otro viaje». José Saramago
‘Instantes’ Fotografía: mp_dc

Los días pasan aunque quizá no con la lentitud deseada. Poco a poco la rutina se deshace, se desmonta como cada año porque enseguida llegará ‘la tropa’, la familia y todo cambiará durante unas semanas. Confieso que no solo no me importa sino que lo disfruto y lo estoy deseando. En breve y conforme vayan llegando, tomarán posesión de la casa, ocuparán los espacios ordenados y compartidos a diario con mi queridísima Cara, mi galga, mi compañera inseparable. Ella también verá alterada su propia rutina porque entre los visitantes también cuenta Bimba, la golden de mi hija. Entre todos llenarán el silencio de voces, de risas y de algún que otro ladrido… La espera ha transcurrido esta vez más lenta y pesada a causa de la pandemia aunque, no obstante y pasados los primeros días, la estancia acontecerá a velocidad de vértigo ante el lamento de todos, incapaces de detener el reloj o ralentizar el tiempo para que las horas duren más… La batalla contra el tiempo está perdida. En fin, no sé cuánta disponibilidad tendré para escribir y por eso, a pesar de dar por cerrado el monográfico dedicado a los viajes, me decido a reseñar en esta entrada algunos libros de viaje para quienes gusten de este género. Salgan de viaje o no, viajar es posible a través de la lectura. El poder de las palabras es tan inmenso como poco valorado. Con ellas destruimos y creamos, odiamos y amamos…Las palabras pueden transportarnos a lugares remotos, mostrarnos las costumbres, la gastronomía, narrar las historias, dibujar los paisajes, pormenorizar los colores y hasta especificar los aromas y fragancias propios de cada rincón… De manera que si este año, por razones coyunturales obvias no salimos de nuestra ciudad, cualquiera de estos libros (entre otros muchos) pueden constituir una buena opción para conocer cualquier punto de la geografía universal o anticipar un viaje aplazado para mejor ocasión.

1.- Cartas desde Estambul, de Lady Mary Wortley Montagu. Una noble británica viaja con su esposo a Estambul en 1716. Allí, ante la Sublime Puerta, en una ceremonia acorde a tal evento, el marido acepta el cargo de Embajador. Como suele ocurrir, sobre todo en aquel tiempo, la esposa cumple la tarea de acompañar a las recepciones, socializar y asumir las encomiendas que se estimen necesarias en su rol de esposa. No obstante Lady Mary tuvo tiempo de iniciar una asidua correspondencia con sus familiares y amigos informando de las costumbres orientales en la corte otomana, de los harenes, de la vida en general. Lady Mary fue considerada la primera extranjera que penetró en esta corte y en este tiempo en que se inició la gestación de lo que hoy se conoce como ‘orientalismo’. Por cierto, sobre la construcción del paradigma que los occidentales identificamos como ‘orientalismo y sobre la formación y desarrollo de los tópicos del Islam, el ensayo histórico de Edward W. Said, Orientalismo, resulta sumamente esclarecedor.

2.- De sultán en sultán, de May F. Sheldon. Si sueñan con África este libro puede ser una buena opción. May F. Sheldon, una millonaria estadounidense, organizó una expedición al Kilimanjaro, al Congo Belga y, después, por el resto del mundo. Miles de kilómetros recorridos sin escatimar un dólar como turista y exploradora, la autora narra su larga y famosa expedición por África allá por el año 1891.

3.- El tiempo de las mujeres, de Ángeles Espinosa. Y si de la mano de Lady Mary conocíamos oriente, Ángeles Espinosa nos habla de sus mujeres. Narrado a través de diversas crónicas, entrevistas y artículos, haciendo gala de su oficio de corresponsal y reportera, la autora describe la situación de las mujeres en Oriente y plantea las conquistas pendientes y los objetivos por cumplir. Este es un libro para leer a priori, antes del viaje. De ser así nos capacita para una mejor comprensión de la situación y el rol que representan las mujeres actualmente en el Próximo Oriente.

4.- La India en que viví, de Alexandra David-Néel. (Este podría ser para mí) La novedad de este libro reside en la autora, la primera mujer que visitó Lhasa, la capital del Tibet, en 1924. Allí prolongó su estancia durante largos períodos antes de la independencia de la India. Su obra es fruto de sus reflexiones, del contacto con el país, con su gente y las transformaciones interiores que esta experiencia le proporcionó. En 1911 se convirtió al budismo y al año siguiente peregrinó hasta los lugares sagrados  del budismo en Nepal. Alexandra escribió después una treintena de libros entre los relatos de viajes y la espiritualidad.

5.- Viajeras de leyenda, de Pilar Tejera. Pilar Tejera es historiadora y ha estado vinculada a la comunicación y al periodismo de viajes durante dos décadas. En 2008 y con el sello editorial de Ediciones Casiopea (editorial que dirige), crea el que será su proyecto estrella: la web ‘mujeres viajeras’ (www.mujeresviajeras.com) que merece la pena visitar. Durante más de 15 años ha investigado y biografiado a las mujeres viajeras en época victoriana y en este volumen dedicado al siglo XIX, rastrea la vida de algunas damas que viajaron por el mundo al tiempo que relata sus increíbles aventuras.

6.- Oasis prohibidosde Ella Maillart. Se la conocía como ‘la vagabunda de los mares’ porque se enrolaba en tripulaciones y organizaba viajes en yate por el Mediterráneo con una tripulación exclusivamente femenina. En este libro nos cuenta el viaje que realizó en caravana desde Pekín al interior de China, viaje que realizó con Peter Fleming, corresponsal del Times. Desde allí se dirigieron a Cachemira atravesando las cumbres de Karakórum en un tiempo en que el país vivía bajo el asedio de la guerra civil.

7.- La señora Dalloway, de Virginia Woolf. “Junio en Londres es mi momento favorito del año…” Esta novela de la célebre escritora nos impedirá movernos de  nuestro lugar de lectura. Sin pestañear, con esa inquietud que nos impulsa a seguir leyendo sin parar la autora nos conducirá por la ciudad para mostrarnos el Londres de 1925. De su mano conoceremos el espíritu anglosajón de entreguerras, sus inquietudes, sus valores, sus preocupaciones…Una ciudad que nada tiene que ver con la actual.

8.Japón inexploradode Isabela Bird. Escritora, naturalista, fotógrafa y exploradora Isabela dio tres veces la vuelta al mundo. Fue la primera mujer aceptada en la Royal Geographical Society la primera que exploró las zonas más recónditas de Japón a finales del siglo XIX. Este libro contiene un bellísimo relato de viaje que nos muestra a Japón como un país lleno de encantos y a la par desconocido para los occidentales. La escritura de Isabella Bird revela su espíritu extraordinario a la altura de una mujer de su talla.

9.-La ruta de Alejandro, de Freya Stark.  Historiadora, filósofa, deportista, exploradora y artista…Con más de 30 libros en su haber, Freya Stark viajó por destinos como la Unión Soviética, Asia Central, China, Cachemira, entre ellos, este libro refleja su interés por la historia pues describe la ruta de Alejandro Magno, una crónica que describe su viaje iniciado en Alepo a través de Turquía. El libro resulta útil e interesante por la cantidad de datos que contiene al tiempo que resulta sumamente ameno y divertido a consecuencia del sentido del humor de la autora.

10.-Viaje de Egeria, de Carlos Pascual. El relato de viajes más antiguo del que se tiene noticia en España fue escrito por una mujer… (Vid. ‘Ellas también viajaron solas: el ‘Itinerarium’ de Egeria…‘).

Mis mejores deseos para el verano, que lo disfruten en buena compañía.

‘Ladys viajeras’: intrépidas, aventureras y escritoras…

La literatura de viaje es un género nacido gracias a la inquietud de algunas personas que recogieron por escrito emociones, sentimientos y vivencias experimentadas durante sus recorridos, que despertaron la curiosidad e interés por otros lugares y culturas…
Fotografía: mp_dc

La primera ‘hornada’ de ‘guiris’ ya está aquí. Este año la mayoría son compatriotas del interior deseosos de atrapar un trocito de playa para tumbarse en la arena y dejar que la mirada se pierda en el horizonte. La pandemia nos dejó exhaustos. Todos necesitamos recuperar poco a poco aquella normalidad que se nos arrebató y que ahora hemos elevado a la categoría de excepcional…A la palabra ‘guiri’ se le asignan varias procedencias: podría ser un apócope del término euskera ‘guiristino’ o cristino que era como se conocían durante las guerras carlistas a los partidarios de la Reina Mª Cristina y a los liberales. Para otros procede del vocablo ‘guiri-gay’ que significa algo así como ‘lenguaje oscuro y difícil de entender’ (de ahí la expresión), según la RAE, el que hablan los extranjeros. Finalmente para el escritor Juan Goytisolo guiri derivaría del turco guiur, infiel o extranjero…Luego están los que ‘viajan sin salir de casa’ porque no pueden o lo dejan para más adelante, como yo….Y en el impás, saboreamos libros y ‘coprotagonizamos’ aventuras y viajes acomodados en el sofá o la butaca…Y para quienes no gusten de la lectura siempre les quedará el recurso de la imaginación, ‘la loca de la casa’ según decía Santa Teresa. De su mano podemos recrear nuestras propias ficciones, transportarnos al pasado para revivirlo y hasta fantasear con nuestro futuro…

Y retomando la temática de post anteriores en los que he ido desgranando el simbolismo del homo viator desde la antigua Roma, pueblo viajero donde los haya, cuya geografía atravesó la célebre Egeria de paso hacia Tierra Santa y, una vez desentrañado su significado semántico, histórico y religioso (cuyo espíritu encarnaron los caminantes y peregrinos que deambularon por Europa y el resto del ‘mundo’ entonces conocido) salieron a la luz, a resultas de aquellos tránsitos, las obras de Herodoto, Estrabón y Homero (su famosa Odisea podría ser la primera crónica de un viaje ‘ficticio’ desde Ítaca, punto de partida y final del relato) hoy por hoy consideradas las semillas de la incipiente narrativa viajera que prosiguió con otra obra escrita en la cumbre del medievo: el Libro de las maravillas del mundo, fruto de las inquietudes de Marco Polo por abrir nuevas rutas para el comercio de la seda…

El itinerario histórico podría continuar de la mano de Bernal Díaz del Castillo (siglo XV) quien tras el descubrimiento del Nuevo Mundo escribió un relato sobre La verdadera historia de la conquista de Nueva España… Por aquel entonces no se conocía la ‘literatura de viaje’ como tal, aunque su obra se considera entre las pioneras dentro de este género porque contiene información sobre geografía, la naturaleza, gentes y costumbres tan nuevas como extrañas… La llegada de la Ilustración impuso nuevos códigos y la razón se reivindicó como el medio para alcanzar el conocimiento denominado -desde entonces- ‘científico’. Será justo en este momento cuando el relato de viaje comience su verdadera andadura antes de eclosionar en la centuria siguiente. A este siglo (XVIII) pertenecen las obras de Johann Georg Adam Foster, uno de los precursores de la literatura de viajes, que acompañó a James Cook en sus viajes alrededor del mundo así como también destacó Antonio Ponz  y su Viage de España

La entrada del romanticismo impuso la moda viajera impulsada por el desarrollo de los medios de transporte y comunicación (que acortaron notablemente las distancias) y de los alojamientos, que sufrieron una considerable mejora respecto a los siglos anteriores. Al paraguas del romanticismo algunos países del viejo continente se erigieron en focos de atracción del incipiente ‘turismo’ entre ellos España, que constituyó uno de los destinos estrellas para los europeos y europeas. El país se presentaba entonces bajo un halo de leyendas que los propios viajeros se encargaron de exagerar y difundir. Y es que los ciudadanos decimonónicos se iniciaron en el viaje por placer, de ocio, de vacaciones que diríamos hoy…(Vid. la entrada sobre el Grand Tour). Así fue como los románticos comenzaron a preocuparse por el viaje de recreo, a consecuencia del cual circularon los primeros manuales y guías semejantes a las actuales, las mismas que consultamos a la hora de programar un viaje. Ni que decir tiene que estos manuales nada tuvieron que ver con lo literario tal y como afirmara en su tiempo la ilustre escritora Emilia Pardo Bazán: «Yo no escribo guías; voy a donde me lleva mi capricho, a lo que excita mi fantasía, al señuelo de lo que distingue a una población entre las demás».

En cualquier caso, se podría decir que a medida en que maduraba el concepto del viaje en sí mismo fue surgiendo la inquietud por su relato. Me explico. Los viajes se hacían al tiempo que se comenzó a escribir sobre ellos, es decir: los viajes se hacen y se escriben (confieso que en esto me reconozco). Los viajeros y viajeras escribían para sí mismos y para otros, recopilando sus experiencias a fin de prolongar el viaje tras el regreso y recordar. Sobre todo para recordar (también en esto me reconozco). A diferencia del viajero ilustrado, preocupado por el carácter científico de su periplo y, por tanto, más objetivo en sus relatos los románticos, en general, usaron una escritura subjetiva, proyectando su personalidad y las experiencias del propio ‘yo’. De ahí que los escritos del XIX tengan mayor interés artístico y literario que los precedentes. Los célebres ‘cuadernos de viajes’ (conservo unos cuantos) constituyen un remanente, un poso, una memoria personal de fechas, lugares, historias que entrelazan lo personal y lo colectivo, capitales básicos de todo buen viajero que se precie…

En el caso de España, es necesario reconocer que si bien es cierto que se convirtió en un centro ‘turístico’ por lo excelencia, también lo es que lo fue gracias a las féminas inglesas y francesas las más viajeras e intrépidas de toda Europa, entre las que se encuentran notables representantes de la escritura femenina de viaje. Fue a partir de la segunda mitad del XIX cuando estas mujeres, impulsadas por la curiosidad y deseo de romper la rutina diaria y vivir alguna que otra aventura, se lanzaron a recorrer el mundo a pesar de los condicionamientos de género, algunos ya mencionados en otros post. Pues no solo tuvieron que superar barreras geográficas, a veces las más fáciles, sino también aquellas nacidas al calor de las funciones socialmente asignadas acordes a su rol de mujeres, asumiendo el reto de poner en entredicho su prestigio y honestidad. Ellas, como los peregrinos, también hicieron un doble viaje: el exterior o geográfico y el interior., una catarsis o metamorfosis hacia la autoafirmación, la búsqueda de reconocimiento y respeto, reconocimiento que las escritoras extrapolaron a sus textos. Esta literatura narra en primera persona las impresiones de estas ‘ladys’ a su paso por nuestro país: sus costumbres, modas, gastronomía, establecimientos, incluyendo críticas a favor o en contra.

Las inglesas que viajaron por España, como Elizabeth Mary Gosvenor, Louisa Tenison, Sophia Dumbar, Matilda Betham Edwards o Frances Minto Elliot,  buscaban una experiencia que les avalara una cierta “autoridad moral” a la hora de narrar lo que han visto y lo que han sentido en un lugar extraño, ajeno al habitual. El viaje las colocará en una posición de superioridad desde el que opinar, con libertad, sobre lo que ven y sobre la gente conocen. La escritura se convierte así, para estas damas, en una válvula de escape. Sus relatos están construidos sobre  descripciones, observaciones y opiniones sobre sexo, religión o política, opiniones que expresan con mayor libertad que los hombres. Su consideración social les permite confesar sin pudor sus miedos a los posibles peligros, algo que jamás harían ellos. Por otro lado estas viajeras-escritoras no pretenden ganarse la vida escribiendo aunque sus libros se hacieran populares como los de Lady Morgan sobre Francia e Italia, o la señorita Pardoe sobre Turquía… Sólo Louisa Costelo se a ganó la vida escribiendo sus viajes, “abriendo camino a una generación posterior de viajeras eruditas e investigadoras, que con sus textos llegará a ejercer gran influencia política e intelectual y se codeará con sus colegas del sexo masculino casi en igualdad de condiciones (Freya Stark, Gertrude Bell, Alexandra David Néel…)”.

Los relatos de estas aristócratas británicas que visitaron España decimonónica continuaban una tradición iniciada en siglos anteriores, como la francesa Mme D’Aulnoy, autora de Relación del viaje a España una obra llena de curiosidades sobre nuestro país en el siglo XVII a modo de cartas escritas a sus amigos de París o el de Lady Holland en su diario The Spanish joumal of Elizabeth, Lady Holland, Londres 1910, que relata el viaje que realizó con su marido por España en 1809. Su testimonio resulta muy interesante para comprender la época, aunque sus diarios fueron publicaron más de un siglo después.

Otra pionera fue la Marquesa de Westminster, Elizabeth Grosvenor, que solía viajar en yate o en calesa, acompañada por su marido, sus criados, la tripulación y abundantes provisiones. Así cruzó el Mediterráneo y conoció las costas españolas en un periplo que duró más de dos años. Todas sus impresiones e intereses quedaron recogidos en Narratíve of a yacht voyage in the Mediterranean during the years 1840-1841, publicado en Londres, en 1842. Louisa Tenison (1819-1882), culta, inteligente y aficionada al dibujo, viajó y vivió en España más de dos años durante los cuales escribió, Castile and Andalucía, aparecido en 1853, ilustrado con preciosos dibujos propios y del artista sueco Mr. Egron Lundgren, que vivía en Sevilla cuando ella llegó a esta ciudad. Sophia Dumbar es otra de las aristócratas que escribió sobre sus viajes por España. Ella representa un modelo de viajera más cercano al que hoy entendemos por ‘turista’, aunque viajó en diligencia y en tren acompañada por su familia por una criada española que hacía de intérprete. «Sus andanzas quedan reflejadas en la obra. publicada en 1862: A family tour round the coasts of Spain and Portugal during the winter of 1860-61″.

Ya en la segunda mitad del XIX aparecen otro tipo de viajeras que nada tienen que ver con la aristocracia. Son mujeres de clase media, algunas institutrices, que viajan acompañando a familias adineradas con el encargo de ocuparse de los niños. Así recorrían nuestro país y muchas forjaron su identidad de escritora, como fue el caso de Mathilda Barbara Betham Edwards. Finalmente será Frances Minto Elliot quien encarne la figura de la auténtica escritora viajera. En 1884 publicó Diario de una mujer ociosa en España,  una especie de guías “para mujeres ricas y aburridas, amantes de la buena vida y el confort”. Lamentablemente, no existen traducciones al castellano de las obras de estas viajeras.

Resultaría interesante ojear algunas de estas obras y conocer de primera mano la opinión de aquellas primera ‘guiris’ que llegaron a nuestro país. Comprobar sus impresiones, saber qué opinaban sobre los españoles, sobre la moda y las costumbres o sobre nuestra gastronomía…Por si alguien gusta, les dejo el link de acceso al libro digitalizado de Madame D’Aulnoy…Que lo disfruten…