«Hay seis mitos sobre la vejez: 1. Que es una enfermedad, un desastre. 2. Que no somos conscientes. 3. Que somos asexuales. 4. Que somos inútiles. 5. Que no tenemos poder. 6. Que todos somos iguales. «(Maggie Kuhn)

Cuando mi hijo me hizo ‘abuela’, mi hija me regaló un cuento: Abuelas de la A a la Z. El caso es que este es un libro-cuento para saborear en complicidad y en familia…El libro describe los distintos ‘estereotipos’ de abuelas: desde las ‘cocinillas’ o ‘arreglalotodo’ a las ‘modernas’ o ‘coleccionistas’ pasando por las ‘brujas’, ‘reinas’ y ‘melancólicas…’ Según parece mi perfil encaja en el de ‘abuela que nunca abandona un sueño’: «Si quieres, puedes…En el caso de las abuelas que nunca abandonan un sueño, esta no es una frase más, sino una manera de entender la vida. Si a esto sumamos que el paso del tiempo no les preocupa, porque saben que, bien empleado, el tiempo da para hacer lo que una se proponga, y que le fascinan los retos, nos encontramos frente a un tipo de abuela que no se detiene ante nada […] Son de la opinión de que todo lo que quieras, si de verdad de la buena lo quieres, es posible, solo tienes que empeñarte […] Son expertas en levantarse después de una caída […] Y al contrario que las abuelas Tiquismiquis, creen fervientemente que es mejor arrepentirse de algo que se ha hecho que de algo que nunca te atreviste a hacer…» (p. 54). No fue fácil la verdad y exigió mucho diálogo y varios días de paciente lectura hasta que llegamos a un consenso coral en que intervino alguien más además de mi nieto (mi hija). Ser abuela me hizo, sin duda, mejor persona…
Aunque la vejez es otra cosa…
No sé muy bien a qué edad una empieza a sentirse, considerarse o definirse como ‘vieja’, ‘anciana’, ‘mayor’, o si esa consideración más que de una misma llega desde fuera, de quienes nos rodean. A veces de los más cercanos, de los hijos, que comienzan a tratarnos con una repentina indulgencia, se vuelven protectores e incluso pretenden (con buenas intenciones) ejercer cierta ‘tutela’ sobre nosotras, sus madres… Tengo amigas de mi edad a las que veo debatirse y hasta revelarse contra este trato con visos paternalistas porque, en su opinión, es temprano e innecesario… Hacerse mayor no implica (en todos los casos) una disminución de la capacidad de decidir, ni de discernir lo que es mejor para una misma, ni merma el libre albedrío para hacer lo que corresponda si, además, todo ello viene avalado por una buena dosis de sentido común… Porque es una realidad que, llegado el momento, se desencadenará un proceso de ‘autopercepción’ por el cual comenzamos a tomar conciencia del momento que vivimos y de los cambios que se avecinan… Un proceso que se realiza en el marco de la construcción de nuestra subjetividad y de una nueva identidad del ‘yo’…
Comenzamos a cambiar, cierto, pero nos sentimos las mismas…Al menos en nuestro interior. Allí donde el reloj parece haberse detenido para continuar siendo las mujeres que fuimos, las que siempre seremos en esencia (al menos mientras estemos cuerdas). Por eso quienes nos quieren o nos aman, nos ven siempre atractivas, guapas, atemporales a pesar de las arrugas o las canas, porque el amor que nos profesan les otorga la capacidad de percibir y adivinar nuestra ‘esencia…’. Puede que por eso me chirríe tanto que alguien, que no es su nieto, se dirija a una señora mayor con el genérico ‘abuela (cosa que hasta ahora me produce fastidio ajeno, porque a mí no me ha sucedido aún). Yo siempre seré la abuela de mi nieto así como también únicamente madre de mis hijos, hermana de mis hermanos, tía de mis sobrinos o amiga de mis amigos y en su caso, pareja, esposa o amante según corresponda…Más allá de los treinta y pico sinónimos con los que cuenta el castellano para referirse a los más mayores, lo que demuestra la riqueza de nuestra lengua, mi declarada y reconocida pasión por el mundo de las palabras se vuelve antipatía y aversión cuando alguien echa mano de ‘palabras pastel’ y de los diminutivos, tan empalagosos como ridículos, con frecuencia utilizados para dirigirse a las personas mayores… El momento de mayor dignidad y sabiduría elevado al mayor grado de estupidez, de sensiblería y finalmente envuelto en una pátina de ñoñería vergonzante…
La historia esta poblada de ejemplos que revelan e ilustran el peso que han representado los mayores en las diversas culturas orientales y occidentales. Para empezar, cuando ni siquiera se conocía la escritura, eran los ancianos los encargados de preservar las tradiciones y conocimientos gracias a la transmisión oral. Los mayores conformaban la ‘memoria’ de la tribu. Nuestros ancestros no consideraban a los mayores una carga, por el contrario los valoraban, porque ellos eran los depositarios y garantes de la memoria colectiva…Más adelante Aristóteles se posicionó a este respecto separando a los guerreros de los que gobiernan y conforman el Estado. O sea, los ancianos. En la antigua Roma el Senatus Populus Que Romanus (SPQR) vino a simbolizar el poder de los ancianos del Senado y del pueblo.
Y qué decir de las culturas orientales sino que la figura del anciano ha sido (y es) respetada, admirada y elevada la categoría de pilar fundamental de la sociedad…Según parece China es uno de los países más respetuosos con la vejez. Un valor que hunde sus raíces en el pensamiento difundido por Confucio: «si uno no demuestra respeto hacia los ancianos ¿en qué se diferencia de los animales?».
Ha sido la historia de las mujeres la que ha reivindicado el papel de las ancianas en el ámbito cotidiano. Fueron las abuelas quienes transmitían a las hijas y nietas los ‘saberes’, ese conjunto de conocimientos fruto de la experiencia femenina que constituyen el soporte fundamental para la vida de las personas y para la vida social. Los saberes han discurrido en paralelo a los conocimientos científicos -reservado a los varones pero vetados a las féminas- y conforman un bagaje que ha circulado a través de la historia de generación en generación. En este marco las mujeres mayores, las ancianas, las abuelas, han sido guardianas y transmisoras…
Pero vivimos en el siglo XXI y aunque sigamos transmitiendo ‘saberes’ hemos conquistado el acceso al conocimiento científico y roto algún que otro techo de cristal. Ya no somos las ‘convidadas de piedra’ en el gran teatro de la historia. Las mujeres de mi generación con las me relaciono, casadas, separadas o solteras, en particular quienes vivimos solas, nos preguntamos con cierta incertidumbre qué será de nosotras, acostumbradas a gestionar nuestras vidas, a resolver, a asumir responsabilidades, a decidir…Somos mayores pero libres, independientes y autosuficientes -por ahora- y no encajamos en el cliché de vejez tal y como pervive en el imaginario social colectivo…Nos negamos a reconocernos en una vejez sin sexo y sin pasión (como la de nuestras abuelas) solo porque ya no menstruamos y reclamamos una vejez respetable y digna que nos represente a todas, en la que tengan cabida emociones como el amor, el deseo, la curiosidad -como afirmó Saramago- y la capacidad de asombro, sin que nadie se escandalice por ello…
Por eso algunas mujeres consideramos que la visión, el concepto sobre lo qué es y lo que no es la vejez, necesita una revisión y una perspectiva de género que vierta una mirada más amable, realista, justa e igualitaria. Sin juzgar pero sin condicionar, rebajando el grado de permisividad y benevolencia que separa y distingue nuestra vejez de la de los hombres… Una mirada multidisciplinar para crear nuevos paradigmas acordes con las nuevas generaciones abocadas a la vejez en este siglo. Necesitamos un nuevo modelo que establezca la dignidad y la diversidad como ejes prioritarios que nos represente tal y como actualmente somos: mujeres preparadas, dispuestas a asumir nuestro cuerpo sin dramatismo (a pesar del ‘culto al físico’, de los cánones…), a interpretar las señales del paso del tiempo con cierta gratitud, sin nostalgias…
Las arrugas que nos recorren como ríos y afluentes de sabiduría constituyen el mapa de nuestra trayectoria vital. Representan nuestro itinerario personal. Reflejan las parada en estaciones de trenes y las estancias más o menos prolongadas en los diversos puertos…
Cuando Adolfo Domínguez promocionó el conocido eslogan la ‘arruga es bella’ se refería a la ropa, sí, pero tanto en cuanto para el diseñador el vestido que nos cubre actúa como una segunda piel… Magnífica metáfora…
Y finalmente, creo que también es necesario naturalizar la muerte, incorporarla al ámbito de lo cotidiano, sobre todo en estos tiempos en los que sentimos vulnerables, frágiles y caducos… No somos eternos, ni falta que nos hace… Pero acercarnos a la realidad de la muerte ayudaría a considerar la vida como un valor en alza. Mirarla cara a cara, atreverse a nombrar los miedos, aprender que vivir y morir son las dos caras de una misma moneda: la vida…
Reflexionar es de sabias…
Todas estas reflexiones me surgen a la luz de una larga y animada charla al compás de los recuerdos. Filosofando. Intentando arreglar el mundo y la vida de algunas de las personas que lo habitan…Un diálogo en el que intercambio perspectivas, descubro nuevas sinergias, acuerdo puntos de encuentro y, como disfrutona que soy, disfruto y me regodeo con la buena compañía y de las cosas sencillas de la vida… Tal como sucedió un domingo cualquiera de cielo azul, de calor, de sudor, de aromas a sal y al mar de mi tierra, en este rinconcito al sur del sur donde vivo…
Y de todo esto y de mucho más va el nuevo libro de Ana Freixas que acaba de salir al mercado: Yo, vieja. Profesora de Universidad, escritora, feminista. Ana Freixas es una reconocida autoridad en el análisis y estudio sobre el envejecimiento femenino, tema en que viene profundizando desde que defendiera su tesis doctoral en psicología que versó en torno a ‘la autopercepción del proceso de envejecimiento de las mujeres’. Aunque formada en la Universidad de Barcelona, alma mater, en el año 1981 ingresó como docente e investigadora en la Universidad de Córdoba, ciudad donde se estableció y vive actualmente. Sus vínculos con Andalucía son, por tanto, añejos y sólidos.
Su línea de investigación ha viajado a través de los tiempos en torno al estudio de la realidad de la vejez y sus múltiples derivadas en el marco de la coeducación y del feminismo además de ejercer la docencia en psicología desde una perspectiva de género. Su pensamiento a este respecto queda reflejado en todas sus obras en las que el binomio mujeres-vejez es el eje principal, la columna vertebral en torno a la cual giran sus análisis y propuestas.
Yo, vieja, contiene «un conjunto de propuestas de resistencia pensadas para la nueva generación de viejas que van estrenando libertades, para las que mantienen su dignidad, para las ancianas que mientras se desplazan por el calendario son capaces de escudriñar la vida y las relaciones cotidianas con perseverancia y agudeza […] y también hacer visibles determinadas formas de situarnos en el mundo que consolidan los estereotipos que la sociedad tiene sobre las veteranas. Es un canto a la libertad y el desparpajo; a la vejez confortable y afirmativa. Con la pretensión de que entre todas consigamos vivir una edad mayor elegante, relajada, firme».
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