
#YoMeQuedoEnCasa
Sobre mi mesa de trabajo reposa mi agenda… Desde que empezó el confinamiento, cada mañana, antes de comenzar la rutina, anoto el número de días que llevo en casa desde que se decretó la alerta: hoy suman 18.
He de confesar que mi mapa emocional contiene a estas alturas alguna que otra muesca. A pesar de recorrer a diario cada uno de los puertos que me conectan con mis familiares, amistades, amigos y amigas más íntimas, tras cada conversación se sucede de nuevo la soledad y el silencio. Hace años que aprendo a sacarle jugo a los días: los exprimo, disecciono, escruto y exploro, porque, en esta etapa, el tiempo constituyen mi mayor capital y como si del parquet de la bolsa se tratara, pienso y reviso mis inversiones a fin de obtener mejores y mayores réditos…
No me gusta mirar al pasado con tristeza, con pesar, arrepentimiento, dolor y mucho menos con rencor o resentimiento. Puede que algunas cosas me retuerzan el estómago y me revuelvan por un instante el alma, pero tengo la capacidad de pasar por encima como quien salta rápido sobre las brasas de una hoguera para no quemarse las plantas de los pies…Por eso corro veloz sobre las ascuas encendidas del pasado para que apenas una leve sensación de calor me afecte… No obstante, estos días, supongo que es inevitable echar mano de nuestro mayor patrimonio: los recuerdos. No para lamentarse, ni entristecerse sino por el puro placer de recrearse en ellos. Ahora, sí, justo ahora que el tiempo parece transcurrir más despacio, ahora que no hay prisa y nos dedicarnos a ordenar los cajones, la despensa, a tirar papeles inútiles, a pegar fotos en un álbum, ver las películas que ya hemos visto varias veces y oír la música que casi habíamos olvidado…
Y hablando de música, ayer me llamó una amiga, una amiga de hace tantos años que cuesta decirlo porque incluso a nosotras nos parecen demasiados. Me animaba a ver un documental sobre ‘Chavela Vargas’ y me dijo: “tú vas a llorar, yo me emborraché…” A lo que contesté: “no esperaba menos…” Y así fue. Busqué el documental y alguna lágrima cayó. Las canciones de Chavela me retrotraen a mi ático, a mis niños pequeños, a veranos en la playa después de comer, a vacaciones en Denia o Bueu, a viajes largos con los tres peleando en el asiento de atrás, a una terraza desde la que miraba mientras esperaba ansiosa, cumpleaños y noches de Reyes, juegos al escondite y fines de semana que comenzaban muy temprano con risas y peleas de hermanos… Fue en aquella casa y en aquel tiempo cuando comencé a escuchar sus canciones… En aquel entonces fui feliz comiéndome a bocados la vida, apurando al extremo los instantes…Tal vez un tanto inconsciente cosa que, posiblemente, colaboró a mi felicidad y me mantuvo ajena y enajenada…
Algo tiene Chavela que atrapa. Una vida profunda, intensa, plena, vehemente y llena de contrastes que te hace visualizarla como una mujer capaz de amar y odiar casi al mismo tiempo…Una figura potente, hoy por hoy icono y referente del feminismo mexicano. Un torbellino que rompió moldes, que construyó su identidad demoliendo los pilares fundamentales sobre los que sustentamos nuestras vidas: el amor de una madre y la aceptación social. Una superviviente, una mujer hecha a sí misma que convirtió la soledad en una amable aliada y compañera de vida. Su biografía es un relato de supervivencia, de fortaleza nacida de la dificultad. Uno de tantos ejemplos de cómo los seres humanos tocan fondo para poder resurgir transformados, renacidos de las propias cenizas, reinventados, dotados de una experiencia renovadora, dispuestos a dar la batalla de nuevo…Esta mujer, de vida ancha y larga, con paradas en tantas estaciones como canas poblaron sus cabellos, ha sabido cantar al amor en todas sus facetas y formas: desde el presentimiento al amor sensual forjado en la pasión y el deseo, pasando por el dolor del abandono, del desencuentro hasta la tristeza de la pérdida, la añoranza ante la ausencia, los celos, la melancolía y la querencia de volver…
Así que sí, amiga mía, Chavela humedeció mis ojos hasta verter unas lágrimas. También yo, como ella, como tú, hemos experimentado en nuestras carnes esas sensaciones mundanas que nos narra con su voz quebrada. Sensaciones que aún pasados los años, a veces se declaran en rebeldía y vuelven: atemporales, sin atender al tiempo ni a la distancia, incapaces de someterse o doblegarse a cualquier disciplina o imposición…Sinergias, puntos de encuentros que nos conectan a través de los recuerdos encarnados en su música y recreados en su vida. ¿Y sabes qué ? Lejos de entristecerme me hizo sentir afortunada, dispuesta a vivir y apurar hasta el último trago…Muy acertada tu sugerencia…como siempre…Gracias…
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