«La historia occidental es principalmente de autoridad masculina, por lo que las mujeres empezaron a usar nombres ambiguos o directamente masculinos».

Durante los siglos XVIII y XIX cristalizó en las familias de la recién nacida burguesía el papel de la mujer en sus funciones de madre y esposa. De puertas adentro las mujeres ordenaban la casa, dirigían el hogar, gestionaban el espacio doméstico…Todo cuanto sucedía en este ámbito quedaba bajo su competencia… Por tanto cualquier actividad fuera de este marco no estaba bien vista y, mucho menos, reconocida o aceptada. No obstante a partir de siglo XVIII algunas mujeres se dedicaron a la escritura, actividad (afición primero, profesión después) que desarrollaron a escondidas. Y las pocas que llegaron a publicar lo hicieron bajo seudónimo masculino…
No obstante contamos con algunos precedentes de mujeres escritoras en el medievo (sin mencionar a las ‘trobairitz’ o trovadoras de las que hablaré en otra entrada). La máxima representante podría ser Christine de Pizan, cuya obra, La ciudad de las damas, constituye todo un referente del feminismo precoz. Junto a ella encontramos otras escritoras, algunas españolas como Leonor López de Córdoba o Isabel de Villena, quienes firmaron sus obras con nombre propio. Una cuestión que merece cierta reflexión por cuanto se ha transmitido la noción de la Edad Media como una etapa de oscuridad y retroceso que no ha podido eclipsar, sin embargo, la figura de algunas mujeres. Porque ellas, brujas, monjas, alcahuetas prostitutas, poetas, musicas y trovadoras estuvieron presentes y protagonizaron su propia historia…

Por otro lado, es conocida la intención de cronistas, literatos y, sobre todo moralistas y religiosos, de pretender borrar de un plumazo la vida y logros de aquellas damas que dejaron huella, muchas de ellas condenadas al olvido y a la invisibilidad. Afortunadamente el tópico que afirma que ‘todos son iguales’ no es cierto. Gracias a que algunos hombres no fueron iguales a la mayoría y se atrevieron a romper el molde, algunos de los textos, documentos y obras que se conservaron, llegados a nosotros, contienen marcas femeninas que insinúan el rastro a seguir de su paso por el devenir de los tiempos.
Pero volviendo al siglo XVIII, el Siglo de las Luces, de la Ilustración, cuando algunas mujeres que deseaban ser escritoras se atrevían a serlo, publicaban con seudónimos o incluso anónimamente. La conocida escritora inglesa Jane Austen, en la portada de su primera novela, «Orgullo y prejuicio», sólo dice: «Una novela en tres partes escrita por una dama».
Ya durante el XIX se tiró más del seudónimo porque la escritura se profesionalizó y la novela ganó peso y relevancia lo que supuso una pérdida de autoridad para las mujeres en favor en los hombres que ganaron en criterio y prestigio. Tal vez por todas estas razones algunas mujeres acudieron al nombre masculino para conseguir ser leídas y reconocidas sin prejuicios…Austen no publicó ninguna obra firmada en vida. Sus libros siguientes eran acreditados a la «misma autora» de los anteriores.
La novela «Middlemarch: un estudio de la vida de provincia», publicada en 1874 y escrita por el novelista George Eliot, es considerada una de las mejores obras de la literatura inglesa. La escritora Virginia Woolf llegó a llamarlo «uno de los pocos libros ingleses escritos para adultos». George Eliot era Mary Ann Evans, nombre con el que firmó artículos en un periódico, aunque para poder adentrarse en el mundo de la ficción adoptó el alias masculino.

Por la misma época George Sand también dejaba su huella en la literatura. Ambos Georges eran mujeres con nombres masculinos. Bajo dicho seudonombre (George Sand) estaba la francesa Amantine Dupin, una de las autoras más prolíficas de su época. Escribió sobre historias de amor y sobre la diferencia de clase, realizando una dura crítica respecto a las normas sociales. Además se atrevió con textos de carácter político y pequeñas piezas que se escenificaron en un teatro privado. Cuestiones que no hubiera abordado con una identidad femenina…
A la España del XIX ( y primer tercio del XX) pertenecen escritoras de peso como Carmen de Burgos que firmó como Gabriel Luna y el conocidísimo Perico el de los Palotes. Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea más conocida como Fernán Caballero. La poetisa y traductora catalana Margarita Hickey o Francisco Lelio Barriga. Josefa Codina Umbert de seudónimo Tirso de Tebas o la asturiana Eva Canel que firmaba como Ibo Maza y Fray Jacobo, entre otras…La mayoria periodistas, poetas y activistas en favor de los derechos de las mujeres…

Las pocas damas (queda claro que la inmensa mayoría poseyó un status social elevado, el resto, apenas como mucho, sabría mal escribir) que se arriesgaron a publicar con sus nombres recibieron críticas feroces. Fueron muy osadas porque se atrevieron a usurpar un papel que no les estaba reconocido ni asignado. Fueron unas valientes que se extralimitaron, de ahí las críticas y que la mayoría terminase usando seudónimo para no exponerse públicamente. Porque por desgracia y, aunque no quepa en nuestras cabezas, quien se animaba a publicar con nombre femenino ponía en peligro la propia vida… (Aunque esto me recuerda a las periodistas rusas encarceladas por escribir la verdad…)
Esta práctica del seudónimo continuó hasta ya entrado el siglo XX, quizá porque firmar en masculino aportaba una cierta sensación de libertad, la misma de la que socialmente gozaban los varones a diferencia de las féminas. Escribir bajo el engaño del género abría la posibilidad de hablar sin tapujos disfrutando, a la par, de la tolerancia y permisividad que, en general, se mostraba hacia ellos pero se restringía y recortaba a ellas, sujetas a unas expectativas y un control social mucho más rígido. Así, por ejemplo, las cuestiones o matices sexuales nunca se consideraban propias de una mujer pero sí de un hombre…
A principios del siglo XX, la franco-británica Violet Paget publicó bajo el seudónimo de Vernon Lee. Hay quien considera que lo hizo, entre otras razones, para evitar comentarios sobre su homosexualidad. Y ya en 1990, la escritora británica JK Rowling escondió su primer nombre, Joanne, por sugerencia de la editorial que publicó sus historias sobre Harry Potter, para que los libros fueran leídos por los niños. Al contrario de lo que sucedió cuando salió a la luz que George Eliot era una mujer en 1860, tras la revelación de que detrás del autor de los famosos libros de Harry Potter se escondía una mujer y no un hombre, se garantizó el éxito más allá de lo imaginable…

“En 2015, la escritora estadounidense Catherine Nichols hizo el experimento de enviar un manuscrito suyo a agentes literarios bajo un seudónimo masculino y se sorprendió con el número de respuestas positivas que obtuvo: 17 de 50. Cuando envió el mismo material usando su nombre, recibió 2 respuestas positivas en 50 intentos…”
El tiempo dirá qué sucede con los autores ganadores del Premio Planeta 2021, hasta ahora conocidos como Carmen Mola…
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