«La cabina de teléfono está cerca de alcanzar los 100 años de vida en España. Un centenario que estará marcado sin duda por la lenta agonía que padece desde hace años este servicio y que a partir de este UNO de enero tiene un nuevo motivo que empuja aún más a las cabinas telefónicas hacia su desaparición»

Afirmar que vivimos un momento de cambio es algo que ya sabemos. El tiempo antes de la pandemia cada vez queda más lejos. Poco a poco parece que, casi sin querer, aunque no seamos conscientes, se normalizan nuevos usos y costumbres que llegaron para quedarse: las videollamadas, las colas, las reservas anticipadas, algunas normas de higiene, el distanciamiento social, pautas en los saludos…También el mundo de los afectos parece acomodarse a los nuevos tiempos: nos besamos menos, nos abrazamos pero con cierto recato o cuidado… Tal y como suele pasar el cambio tiene su doble cara: por un lado aporta novedades interesantes y prácticas, verbigracia el teletrabajo que facilita la conciliación familiar y, con el tiempo, permitirá vivir a cada cual donde desee pues ir a la oficina ya no será un handicap insalvable…A cambio todos estamos un poco más solos porque socializamos menos en directo; no tomamos el café con los compañeros de trabajo; algunos médicos pasan consulta on line… Y ¿Qué decir de los bancos? Pues que ya casi no atienden face-to-face, se olvidaron del tú a tú y han aprovechado la coyuntura para ahorrarse un montón de sueldos cerrando oficinas… Así que sí, todo está cambiando y ya no hay vuelta atrás incluso una vez superada la pandemia… Porque nada volverá a ser igual nos pongamos como nos pongamos…
Tal vez por todo esto y por la proliferación de los móviles, las Compañías Telefónicas decidieron retirar el resto de las cabinas… Las primeras instaladas en España se remontan a 1928, concretamente la número uno se colocó en el madrileño Parque del Retiro. La capitalidad siempre fue un grado. Y a partir de ahí se diseminaron por ciudades y pueblos dispuestas a conectar todo el territorio. En 2006 y, habiendo quedado desierto el concurso público para adjudicarse el servicio universal realizado hasta ese momento por Telefónica, el Gobierno obligó al exmonopolio a continuar prestando el servicio como hasta entonces, servicio que incluía la explotación y mantenimiento, por cierto, cada vez con mayor dejadez… Todos hemos sido testigos de alguna que otra cabina pintada, arrancada de cuajo o, por supuesto, sin línea…Y es que dejaron de ser rentables. Aquel mismo año 9.000 de las 18.000 cabinas que quedaban esparcidas por nuestra geografía no habían cursado ni una sola llamada: era el principio del fin…
Así que este 2022, siete años antes de su primer centenario, más de 14.000 se retirarán definitivamente. Con ello nos despedimos de una época en la que las cabinas han sido protagonistas de miles de historias y anécdotas, han sido el testimonio de una España concreta y de un tiempo en el que contactar con los seres queridos físicamente lejanos, constituyó todo un reto y las distancias se acortaron gracias a la telecomunicación… Parece lógico que este viejo sistema de cabina se extinga considerando que posiblemente sean mayores los costes de mantenimiento que lo que se recauda pues, al cierre de 2020, apenas se realizó una llamada cada tres días…No somos los primeros, quiero decir, en el marco europeo hace tiempo que muchos países vecinos las retiraron.
Lo cierto es que las cabinas marcaron una época. Las propiamente dichas, los teléfonos adosados en postes, en pared y también los teléfonos de monedas de sobremesa colocados sobre las barras de los bares que tan útiles nos resultaron durante años. Las cabinas han conformado el paisaje urbano a lo largo del siglo XX pero, poco a poco, fueron pasando a mejor vida aunque, durante un tiempo, se han seguido viendo sobre todo en los pueblos y poblaciones pequeñas, lugares estrechos y cerrados, como siempre, más lentos, susceptibles y, en ocasiones, más reacios a los cambios… Entonces ni siquiera todas las familias tenían teléfono fijo. Eso sí, los lazos solidarios eran muchos más extensos y originaban amplias redes vecinales. Por aquel entonces algunos vecinos de toda la vida, se consideraban una ‘parte de la familia ficticia’, un importante activo en el marco de las relaciones cotidianas sobre todo entre las amas de casa que compartían ‘descansillo’ y multiplicaban los encuentros a todas las horas del día, de manera que no resultaba raro dejar recados o esperar en el recibidor de su casa a que sonara el teléfono en situaciones de auténtica emergencia… In illo tempore la gente se sentía menos sola porque los vecinos se conocían y acompañaban. Cada uno en su casa y dios en la de todos, eso sí… La llegada de las cabinas nos abrió un universo de posibilidades hasta entonces desconocido…
Personalmente conservo un grato recuerdo de aquellos teléfonos que, por cierto, cambiaron el modelo por lo menos un par de veces. Recuerdo que mi madre siempre me aconsejaba llevar monedas sueltas por si tenía que llamar. Cuando iba de excursión con el colegio o de viaje con amigos me asignaban una cantidad aparte para llamar todos los días. Cuando llegábamos al destino todas, mis compañeras y yo, buscábamos un teléfono y hacíamos cola para llamar a nuestras madres anunciando que estábamos bien. Aquello fue un ritual muy común, nos preocupaba ‘preocupar’ a nuestros padres. A veces las llamadas se convertían en una larga cadena que se formaba entrelazando llamadas de una familia a otra para evitar ‘gastos innecesarios’ y ahorrar tiempo…Aquella alerta respecto a la llamada de rigor y cortesía me duró años, se quedó grabada en mi subconsciente incluso después que muriese mi madre…Y siempre que viajaba, cuando llegaba a mi destino, sentía el impulso y pensaba: tengo que llamar a mi ma…Justamente entonces recordaba que ya no era necesario porque ya no estaba…
Durante la adolescencia, cuando los primeros amores y amoríos, los teléfonos públicos jugaron un gran papel. En mi caso, aunque había teléfono en casa, solo lo usaba cuando mis padres salían porque no tenía intimidad. Así que las cabinas fueron cómplice de quedadas con ligues, de conversaciones íntimas con amigas, de llamadas secretas…En mi ciudad de entonces podría dibujar el mapa emocional de una época uniendo las cabinas estratégicamente colocadas en torno al que por entonces fue mi centro de interés: un barrio muy concreto por el yo rondaba. Cuando entraba en aquél diminuto cubículo a veces el corazón se aceleraba mientras esperaba ansiosa el sonido de una voz al otro lado…La misma que a veces te hacía reír y otras llorar…Conversaciones íntimas o no, en un pequeño espacio aislado en una esquina o en medio de una calle…Encuentros, rupturas, alegría o penas las cabinas constituyeron un lugar donde las emociones confluyeron aunque, a veces resultara difícil salir indemnes de situaciones complicadas ante un público expectante que permanecía a la espera, a los que veías tras el cristal, aguardando su turno con cara de pocos amigos si tardabas mucho…
La última vez que entré en una cabina fue en un viaje a Portugal justo antes de la pandemia…No. No realicé ninguna llamada, solo hice el paripé para la foto…Pero me trajo tantos recuerdos…

En 1972 la cabina inspiró una película dirigida por Antonio Mercedo (La Cabina, ver aquí) coescrita junto a José Luis Garci y protagonizada por José Luis López Vázquez. Una parábola kafkiana que narra la angustia de un hombre atrapado en una cabina telefónica. Lo que en principio parece una situación incluso cómica se convierte en un verdadero y angustioso drama que contagia al espectador. La crítica de entonces la calificó como una “magistral metáfora sobre la dictadura que sorprendentemente sorteó la censura franquista: la historia es tan impactante -sin necesidad de segundas lecturas- que los censores no detectaron la brutal crítica al sistema, una cabina transparente que angustia y asfixia emocionalmente al individuo. Un telefilme de sencilla factura pero tan eficaz como influyente, tanto en España como en el extranjero”.
Y eso es todo…En breve dejaremos de ver las pocas cabinas que ahora nos pasan desapercibidas y constituyen un adorno vintage en el contexto del paisaje urbano moderno. Un símbolo del pasado, testigo mudo de un presente que apuesta más por lo efímero y vive permanentemente en el cambio…
Adiós cabina, adiós…Mi agradecido recuerdo en la memoria…
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