«Saber que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe; he aquí el verdadero saber» (Confucio).

Quienes mostramos un gusto especial por las palabras, con frecuencia, solemos tener algunas favoritas. Se trata, casi siempre, de vocablos que seducen por su gramática, etimología o musicalidad. De eso hablábamos cuando mi amiga mencionó la palabra ‘monosabio’. La pronunció mientras esbozaba una leve sonrisa que se expandió hasta que acabó marcando un hoyito en su cara. Luego se recreó en ella y la repitió un par de veces más, silabeando, -mo-no-sa-bio- al tiempo que decía una y otra vez: ¡qué gracia me hace…! Personalmente no habría reparado particularmente en ella, entre otras cosas porque resulta poco usual, pero al final acabé sonriendo, contagiada, aunque sin hacerle tanta fiesta…
Si acudimos a la RAE observamos que contiene una única definición en el marco de la tauromaquia: ‘auxiliares que ayudan en las tareas durante la lidia…’ Y ahí se acaba todo. No obstante, si separamos las dos partes de las que se compone, la semántica nos conduce a un nuevo término cuyo significado trasciende mucho más allá de las meras tareas de ayuda y auxilio en la denominada fiesta nacional….Y lo digo con todos mis respetos hacia quienes desempeñan tan dignos menesteres. Así pues, rota en dos, aparece la voz ‘mono-sabio’, cuya imagen en sentido literal representa tres monos agrupados que simbolizan toda una filosofía de vida. Hace milenios que existen pero se volvieron familiares y cotidianos gracias a los emojis del wasap en los que aparecen sentados, tapándose con las manitas los oídos lo ojos y la boca, metafora que alude y representa una actitud ante la vida…
Los tres ‘monos sabios’, conocidos también como ‘místicos’, proceden del Japón y aparecen representados en una escultura de madera de Hidari Jingorō (1594-1634), situada sobre los establos sagrados del santuario de Toshogu (1636) construido en honor del primer Shogun Tokugawa Ieyasu. Los monos tienen nombre: Mizaru, Kikazaru y Iwazaru y unidos encarnan una máxima traida desde oriente: «No ver el Mal, no escuchar el Mal y no decir el Mal». Aforismo que tiene su réplica en occidente tal y como aparece reflejado en el Castillo de Loarre (Huesca), construido en torno al año 1000, donde en el capitol derecho de la entrada se aprecia la inscripción: ‘ver, oír y callar’
El significado es realmente complejo aunque parece que los expertos coinciden en señalar su relación con el código filosófico y moral ‘santai’, un código de conducta que recomendaba la prudencia de no ver ni oír la injusticia, ni expresar la propia insatisfacción, sentido que perdura en la actualidad…
Según cuenta la mitología los tres fueron enviados por los dioses como observadores y mediadores entre ellos y los hombres. Su misión era observar las malas acciones y dar testimonio a los dioses. No obstante, cada uno de estos mensajeros sufría una carencia. Y es que fueron creados mediante un conjuro mágico que les otorgaba dos virtudes y un defecto, razón por la cual el proceso de mediación requería la complicidad de los tres: el mono sordo observaba y transmitía al ciego sus conclusiones y éste a su vez al mudo que, aunque no podía hablar, podía comunicarse con los dioses y encargarse de que los humanos cumplieran los castigos que se les imponía ante las faltas cometidas…
Otra teoría señala su origen en China e incluso en la India, desde donde fueron importandos a Japón, aunque, hoy por hoy, están ligados a las tallas del monasterio japonés del siglo XVII. En fin, sea como fuere, lo más importante es el mensaje que transmiten con su actitud. Para unos es ver, oír y callar, para otros no veas, no escuches y no digas maldades, tres principos inspirados en las enseñanzas de Confucio, el filósofo chino cuyas frases inspiraron algunos de nuestros dichos populares más sabios: ‘Lo que no quieras que los otros te hagan a ti, no lo hagas a los otros…’
A partir de estas leyendas han surgido diferentes enseñanzas que han ido circulando a lo largo de los tiempos. La más popular señala que el hombre no debe escuchar aquello que le lleve a cometer malas acciones, ni ver las malas acciones como algo natural, ni hablar sin fundamento. Lo que nos conduce a que debemos mantener nuestro espíritu libre y limpio de perversiones, aunque no sea eso exactamente lo que acoseja el código Santhai anteriormente mencionado que persiguió la rendición de las personas, animándolas a actuar según los principios de la filosofía estoica que nos enseña que «el camino hacia la felicidad está en aceptar lo que se nos ha dado en la vida, no dejándonos controlar por nuestro deseo de placer o nuestro miedo al dolor, usando nuestras mentes para comprender el mundo que nos rodea y para cumplir con nuestro papel en el plan de la naturaleza, trabajando juntos y tratando a los demás de una manera justa…» Posteriormente este código moral se vinculó con los tres monos. Dicha asociación se atribuye a Denkyō Daishi (767-822), fundador de la Tendaishū, la rama japonesa de la Escuela Budista del Tiantai durante el periodo Heian (794-1185).
Resultará interesante recordar que la colocación de los tres monos no es en absoluto baladí o aleatoria, de ser así resultaría inoperante. El primero es el mono sordo que ve y habla; el segundo el ciego que no necesita ver porque su misión es escuchar y transmitir y el tercero el mudo que no necesita hablar sino escuchar y decidir…Como la vida misma…Porque una siempre debería saber de qué lado ponerse, dónde colocarse frente a los demás, sobre todo, frente a sí misma y con quien establecer complicidades… Igualmente debería conocer cuando hablar y cuando callar. Elegir con acierto junto a quien (quiénes) caminar, el papel que está llamada a desempeñar y la razón de ser de su estar en la vida y en el mundo…
Desde sus origenes han sido muchas las interpretaciones, analogías, enseñanzas y símiles acerca de los ‘tres monos sabios’ tambien en occidente. De ahí que se encuentren coincidencias con los principios socráticos que nos han llegado a través de su discípulo Platón quien, según su parecer, para la buene convivencia entre la ciudadanía conviene desarrollar y practicar la virtud de la prudencia. Así lo contaba PLatón:
Un día un alumno se acercó a Sócrates para contarle un rumor que había oído y le inquietaba. Sócrates, que buscaba las respuestas interrogando, le hizo las tres preguntas que constituyen los denominados filtros socráticos:
1.-«Esto que vas a contarme, ¿ha sido contrastado de alguna manera? ¿Sabes si es verdad?» 2.- «¿Esto que vas a contarme es, por lo menos, bueno?» 3.-«Esto que vas a contarme, ¿es de alguna manera útil o necesario?». Los filtros de la verdad, la bondad y la utilidad constituyen las premisas que deberíamos tener en cuenta antes de hablar…
La moraleja parece fácil: no seas cotilla. No fisgues en la vida de los demás. No te entrometas. No opines gratuitamente. Sé prudente, guárdate de comentarios falsos. No promuevas, ni incites sin fundamento, ni pruebas, ni constatación de los hechos…Y pensando en una cultura como la nuestra en la que hablamos tan a la ligera incluso -o sobre todo- cuando se trata de asuntos ajenos, pensando en nuestros políticos más preocupados por defender sus intereses acudiendo a la dialéctica de la mentira e infectando sus discursos con la falsedad y las sospechas infundadas, manipulando, poniendo en circulación bulos que perjudiquen al contrincante y prometiendo lo que, a priori, saben que no cumplirán, para todos ellos -y para el resto- estos tres filtros socráticos constituyen un legado a tener en cuenta…Y los tres monos sabios, ‘ver, oír y callar’, un recordatorio que todos deberíamos tener presente…
O por lo menos tener en cuenta la afirmación que, mucho tiempo después, hizo Voltaire: «Todo lo que se dice debe ser cierto, pero no todo lo cierto se debe decir»…Sabio ¿eh?…Aprendiendo…
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