Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella; enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore.(Mateo, 2)

Y por fin llegaron los Reyes y Reinas y la noche de la magia dio paso a este día seis de enero, el día de los niños, de la inocencia, de la ilusión, del hechizo y la fascinación…
Cuando esta mañana temprano salí con mi perra para su ‘paseo matutino’, en las casas cercanas sonaban las voces de los niños con tono de sorpresa junto con la de los padres que también se percibían animadas…No pude evitar recordar a mis hijos pequeños, sus caritas y su alegría al ver algunos deseos cumplidos. Recordé que escribí sobre ello un pequeño relato autobiográfico extraído de mi memoria. Y decidí que podría ser el primer post de este año que comienza y, a la par, el broche final de la Navidad…Y decía así:
Es imposible no dejarnos sorprender ante la capacidad de fantasear de un niño en la noche de Reyes… Recuerdo que, aunque habíamos hablado mis amigas y yo acerca de esta noche y, a pesar de tener la evidencia de que eran nuestros padres quienes nos hacían los regalos, casi todas nos negábamos a aceptarlo porque hacerlo implicaba perder la inocencia para entrar de lleno en la cruda realidad del mundo de los adultos. Así que fingimos un tiempo más, eso sí, con la conciencia de haber cubierto una etapa, de ser menos niñas… Aún así, personalmente insistí voluntariamente en el embrujo de esos días previos, negándome a un hecho que se mostraba con una claridad innegable que no me dejó otra alternativa que aceptar...
Como todos los días cinco de enero de aquellos maravillosos años, mi padre me enviaba pronto a la cama. Tanta emoción me embargaba que tardaba en coger el sueño por mucho apretara los ojos una y otra vez… Mi padre se acercaba sigiloso de vez en cuando, comprobando si ya me había dormido porque, cuando el sueño me vencía ellos, como todos los padres, sacaban furtivamente los regalos, los colocaban en el salón y se iban satisfechos y cansados a dormir hasta que mis hermanos y yo les despertábamos para compartir la “sorpresa” de todos aquellos fantásticos regalos, justos los que habíamos pedido.
Como a las cinco de la madrugada mi hermano el mediano, siempre el más madrugador, era el que nos despertaba. Incluso cuando ya fue adolescente se erigió cómplice de mis padres. Se levantaba el primero, cogía su bici para ir a casa de mis abuelos y despertarlos a todos, incluidos mis primos. Luego volvía con churros para desayunarlos con chocolate, mientras seguíamos enredando con los regalos. Ya entrada la mañana comenzaba un deambular de escaleras arriba y abajo de los niños del bloque que aparecíamos arreglados y con los juguetes, llenos de felicidad, ansiosos por salir a la calle y jugar y jugar, como si se nos escapara el tiempo, cosa que desgraciadamente ocurrió casi, casi, sin darnos cuenta…
Transcurrido ese tiempo, que ahora se me antoja tan breve, me encontraba a mí misma, representando el papel de Reina Maga con mis hijos, yendo y viniendo a sus camas para ver si ya dormían, esperando para poder sacar de cada escondrijo los juguetes y colocarlos en el salón, con los globos y las chuches…Me veía escribiendo sus nombre con mi mejor letra, letra que ellos, desde su inocencia, identificaban como la letra del Rey correspondiente… Bajo el árbol, sobre el sofá, encima de la mesa, los regados aparecían desparramados. Algunos con sus envoltorios y lazos, otros ya abiertos mostrándose claramente: el parking de varios pisos, el robot, la muñeca en su sillita de paseo, el camión de bomberos, la equipación de la Selección Española o del Real Madrid, la Nancy, el estuche de lápices, los cuentos… Y como no, los bombones, los huevos kinder, los tubos de lacasitos…etc…
Apenas me acostaba, no sin antes recrearme y revisar que todo estuviera en su sitio y con una media sonrisa dibujada en mi rostro, disfrutando anticipadamente tan solo al imaginármelos allí, viendo lo que yo veía en aquel momento, cansada pero tremendamente feliz ante la satisfacción de un deber cumplido, apenas me acostaba, saltaban los tres sobre mi cama y se iniciaba una especie de ritual que se repitió año tras año hasta que fueron mayores y mientras vivían en casa. La costumbre consistía en ponerse la bata y las zapatillas y hacer una pequeña fila empezando por la más pequeña, siguiendo el orden riguroso de estatura y edad. Yo entraba primero en el salón para preparar lo que denominaríamos “efectos especiales”: luces, sonido, etc… Luego contábamos hasta tres y la puerta se abría… Y entonces sus caritas asomaban sonrientes, expectantes, curiosas e incrédulas ante semejante espectáculo… Se acercaban poco a poco, algo tímidos al principio diría yo, miraban y reconocían sus regalos, se los enseñaban, me los mostraban y yo me hacía la sorprendida…Así durante un rato descubrían los suyos, los de los abuelos, los primos, etc…Eran extraordinariamente felices, nunca sabré si tanto o más que yo viéndome reflejada en ellos. Algo más tarde desayunábamos el tradicional “roscón” a la antigua usanza, es decir, con chocolate, para luego marchar a visitar a los abuelos y a los primos e intercambiar los regalos.
Poco a poco el paso de los años arrasó su ingenuidad tal y como sucediera mucho antes con la mía. No obstante, a pesar de que la vida se ha empeñado en vapulearme una y otra vez como queriendo aniquilar las ilusiones y conducirme a un descreimiento total tanto en este como en otros terrenos, he intentado sostener y transmitir –espero haberlo logrado- la magia (magia como sinónimo de ‘ilusión’) de esta noche. La misma que me llevó a ofrecer a mis seres queridos algo que sabes de antemano que le hará feliz, por inútil que sea aquello que desean. El misterio de la espera, la incertidumbre, la impaciencia, las mentirijillas, los escondites caseros…Todo forma parte de la misma fantasía…
Algunas veces me sorprendo a mí misma imaginando a mis hijos ejerciendo de reyes magos y a mí como su cómplice. Soy feliz creyéndome que ellos lo serán tanto o más que yo y ojalá que sigan desayunando chocolate, como ya lo hicieran sus abuelos y sus padres…
Y porque no quiero que olviden, ni ellos ni los que puedan llegar, vaya por adelantado este relato con profundo cariño y el más sincero deseo de que esta Noche perdure por siempre en sus memorias…
Hace ya mucho tiempo que escribí este relato autobiográfico. Probablemente si lo reescribiera no tendría el mismo tono. Mucho llovió desde entonces y, para ser justa, diré que algunos deseos se han cumplido y otros me fueron arrebatados… La vida nos da, nos quita, nos devuelve, nos lleva y nos trae… Así que desde entonces a hoy la noche de Reyes, transformada en la Noche de la Reina Maja, ha sufrido un proceso de adaptación y acomodo a las nuevas circunstancias, adecuándose al entorno, la distancia y, sobre todo, a la actual vida de esos niños, mis hijos, hoy adultos y con familia propia. Y he de decir que en esencia todo continúa siendo tal y como lo he recordado y mis hijos han sabido mantener y preservar la ilusión, la sorpresa de los regalos y de la fantasía de esta noche mágica…Respecto a mí. quizá lo más importante es verme en ellos y, como no, conservar el honorable papel de Reina Maja ‘Emérita’… Que así sea durante muchos años…
Debe estar conectado para enviar un comentario.