
A veces entro en twitter para ver que se cuece. La verdad es que más que un foro, casi siempre me parece un patio de vecinos, la mayoría, mal avenidos. Hay opiniones y críticas para todos los gustos: curiosas, graciosas, irónicas, interesantes, ocurrentes y también algunas retorcidas y con muy mala leche. Sé que el contenido no es de fiar porque la gente habla de lo que oye y vierte su version personal, y por tanto, subjetiva. Pero entre tanta opinión siempre encuentro, particularmente entre quienes sigo -la mayoría periodistas, escritores y políticos afines- artículos, noticias o hilos de conversación que merece la pena ojear. Soy más espectadora que participativa, aunque muestro mi acuerdo o mi repulsa pulsando los correspondientes botones. De vez en cuando, entre tanta información, he sabido de alguna que otra película interesante o, como en este caso, de un magnífico documental en Filmin: “María conversa”, que trata sobre la puesta en escena de la obra ‘El testamento de María’ de Colm Tóibín, obra de teatro interpretada por la actriz Blanca Portillo, a quien personalmente admiro desde que fue Carlota en la divertida serie 7Vidas.
Cuando la obra estuvo en cartel e incluso se representó en el teatro más cercano a mi ciudad, yo no pasaba por mi mejor momento y no supe de su existencia y muchos menos de su estreno. Tiempo después una amiga, fiel seguidora de la Portillo, que la había visto dos veces, me habló de ella con tanta pasión que sentí muchísimo habérmela perdido y corrí a comprarme el libro para consolarme.
El documental es extraordinario y a nivel personal desencadenó una inesperada reflexión sobre dos cuestiones fundamentales que me dispongo a compartir: una sobre la persona, es decir, la actriz protagonista y otra sobre el personaje. De eso iba el documental, del proceso creativo, de la simbiosis, de cómo la persona-actriz asume y construye el personaje hasta que lo acomoda en su propia piel y lo hace suyo, lo siente, y finalmente, lo encarna. Y digo ‘encarna’ y no ‘representa’ de manera intencionada, consciente. Hace sólo unos días escuché una entrevista en la radio en la que una actriz comentaba su preferencia por palabra ‘encarnar’ más que ‘representar’ para referirse a cualquier personaje. Es cierto que son sinónimas, pero el término ‘encarnar’ contempla un matiz espiritual que significa ‘tomar forma corporal’ y por eso se acerca mucho más al trabajo de un actor o actriz, tanto en cuanto ‘toma la forma’ de quien interpreta. Por eso los buenos actores son creíbles, porque se han metido en el papel hasta hacerlo suyo, se han ‘convertido’ en ellos. Reconozco que después de pensarlo he sentido una gran admiración -y hasta envidia sana- por los profesionales de la escena, los actores y actrices, porque tienen ante sí el reto y la oportunidad de experimentar otras vidas, de percibir múltiples personalidades y sentir emociones muy diversas…
Cuando leí el título del documental -‘María conversa’-, como ya sabía de qué iba la obra, pensé en lo más lógico y evidente, o sea, en el monólogo del personaje. Luego fui más allá y pensé en el otro significado de la voz ‘conversa’, femenino de ‘converso’, referida a aquellos musulmanes y judíos del siglo XV, obligados a renegar de sus religiones bajo pena de expulsión y destierro, que en la actualidad se aplica a quienes transitan de una ideología a otra. Y aunque nada tiene que ver con el título del reportaje, consideré esta opción como una metáfora.Porque la originalidad de la obra de Tóibín reside en que su autor tuvo el atrevimiento y la audacia de dar voz a un personaje que no la tiene en los evangelios, en los que María es un testigo mudo, despojada de opiniones, que no expresa sus emociones ni sentimientos, resaltando sólo su carácter divino, como Madre de Dios, la mujer que engendró y dio a luz al ser humano y sobrenatural a la vez, elevada ella misma a la categoría máxima, transformando su virginidad en un modelo para la humanidad –sobre todo para la femenina-. Y entonces Colm Toibín tiene la brillantez de humanizarla al extremo para dejar hablar a una mujer que conoce -como otra cualquiera- la política de su tiempo y a sus gobernantes, crítica con las actuaciones de Anás y Caifás, sumos sacerdotes que mucho tuvieron que ver en la conspiración contra su hijo frente a la que Pilatos se lavó las manos. Y a la par es una la madre dolorosa y doliente que experimenta el desgarro interior por la pérdida de su único hijo y se debate consigo misma reflexionando sobre las circunstancias históricas y políticas que lo condujeron al desastre final…
En fin, lejos de la religiosidad que María de Nazaret representa para los creyentes, esta pensadora solo quiere reseñar que el documental es magnífico y el libro un relato sobrecogedor e inteligente que resalta el poder de la palabra sobre la historia. La obra de Colm Tóibín permite profundizar, desde la ficción, en un personaje de gran relevancia y enorme peso en la cultura judeo-cristiana -baste recordar que muchos de nuestros nombres femeninos aluden a las diversas advocaciones de la Virgen- icono de una época por cuanto fue el modelo de mujer a seguir: virgen, abnegada, sumisa y callada. Todo un ejemplo que ha pervivido -y puede que perdure aun- en el ideario de los sectores sociales más conservadores de nuestro país.