De vez en cuando la vida…

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De vez en cuando la vida…(J.M. Serrat)

Así, como quien no quiere la cosa, ha pasado más de un mes desde mi última entrada…Por entonces me despedía anunciando una ‘buena nueva’: la boda de mi hija, que ya se celebró hace apenas una semana, aunque el tiempo nos engañe y parezca bastante más lejana…

El acontecimiento vino precedido de un verano tan ilusionante como tórrido. Días de luz y de calor que hemos ido viviendo despacito… Con la casa a rebosar llena de maletas, de bolsas, de bultos y, sobre todo, de ilusiones. Personalmente me empeñé en vivir en un presente continuo, con conciencia plena, consciente en cada instante. Será por aquello que decía la canción «solo se vive una vez» y, puedo afirmar con satistacción que así ha sido.

Respecto al avituallamiento e infraestructura doméstica, nos organizamos bastante bien y nos apañamos para poner la ropa de la novia a buen recaudo -por si acaso fuera verdad el dicho de la mala suerte- apartada de la vista del futuro cónyuge quien, a su vez, también ocultó la suya. A ratos, lucíamos zapatos nuevos  para andar por casa e ir haciendo el pie o ensayábamos el baile. Sobra decir que con aquellas pintas más que bailar tocaba reír. Y así han ido pasando los días, entre anédotas, sonidos de chanclas, consultas,  puestas en común, llamadas de teléfono, encargos, compras, paquetes que llegaban, pruebas de vestidos, ropas enfundadas, preparativos, nervios, secretos, confidencias, risas, lloros de alegría, idas y venidas y altas dosis de complicidad aderezada con multitud de sentimientos y emociones a flor de piel…

Hemos tenido la oportunidad de conjugar infinidad de verbos: planear, hablar, confiar, soñar, confesar, compartir, reír, llorar, comprar, comer, recordar, ensayar, escribir, envolver… Y realizado multitud de acciones, entre ellas, hacer trenzas a mi hija antes de ir a la playa, además de tomar el sol, largas sobremesas, salir a desayunar churros y, cómo no, recordar aquellos maravillosos años de infancia, de colegio, de juegos…Nos empecinamos en vivir la espera sin prisas aunque sin pausas. Viviendo con toda la lentitud que el reloj nos permitía, sin rebajar un ápice de entusiasmo o pasión. Dejando que los días se deslizaran solos sobre el calendario a su ritmo natural, sin intentar acelerarlos o adelantarlos… Sin ansiedades ni zozobras, con la seguridad y la certeza de que llegaría como llega todo. Y así, poco a poco, hemos ido saltando de fecha en fecha, sin arrepentimiento, ni ansias, ni anticipación…

Quienes me leen conocen de sobra mi admiración por los clásicos y saben que siempre he defendido la sabiduría de los griegos. Cosa que declaro a la luz de las opiniones de reconocidos académicos e intelectuales que lo descubrieron antes que yo, naturalmente. El argumento de fondo es bien sencillo: una cultura que descubrió el «amor por la sabiduría» y dio a luz a las grandes personalidades consagradas a forjar las bases de nuestro pensamiento occidental, no podía sino dejarnos el inmenso legado de sus juicios, discernimientos, reflexiones y algunas de sus conclusiones. Por eso sé que si ellos defendieron y se inclinaron por recrearse en la vivencia de las ‘vísperas’ (del latín «vespĕra» que quiere decir la tarde), preámbulo o antesala de cualquier gran festividad por algo será, entre otras cosas, porque una vez llegado el ‘día del evento’, la experiencia nos ha enseñado que el tiempo transcurre con tal fugacidad que nos pasa casi inadvertido, de puntillas, como si nos pillase distraídos o desprevenidos, sin darnos cuenta…

En fin, solo puedo añadir que ha sido un verano para recordar; Intenso, indeleble, inconmensurable, sempiterno, imborrable…Aunque, a veces, algunos recuerdos nos nublaron la vista y humedecieron los ojos para luego, dibujarnos amplias sonrisas. Y, lo más importante: estuvieron todos, incluso quienes faltaron y los permanentemente ausentes,  a quienes trajimos con nuestro recuerdo para reírlos y llorarlos con lágrimas buenas, amables, sinceras, plenas de amor y respeto…

Ya lo dice la canción de fondo, de vez en cuando la vida nos regala momentos inolvidables que pasan a formar parte de algún ciclo en nuestra memoria. Instantes de plenitud que nos abstraen de la realidad cercana, nos elevan, trascienden, nos llenan de nostalgia y, sobre todo, nos permite tomar una bocanada de aire y degustar un sorbo de ese elixir que tanto se prodiga llamado «felicidad», el néctar de los dioses, del que aún saboreamos los restos retenidos entre los labios…

Momentos efímeros tras los cuales toca, de nuevo, poner los pies en el suelo y retomar lo cotidiano, mientra comienza a sonar la vieja melodía invitándonos a ‘volver a empezar’, porque la vida sigue imparable sin que podamos retener ningún instante…

Regresa ‘la pensadora gaditana’ con energía renovada, satisfecha del deber cumplido…Nos vemos en el siguiente post… Eso espero…