El estudio de los inventarios post mortem ha permitido reconstruir la vida cotidiana de reyes y nobles, y en ellos se ha detectado el gusto por vivir rodeado de todo aquello que pudiera constituir un signo visible de riqueza, aunque también significaba una forma palpable de demostrar el poder y la nobleza de vida al tiempo que un requisito imprescindible y una obligación del señor mostrarse ante sus súbditos con el decoro adecuado a su rango…

Hace un par de semanas asistí a un Simposio convocado como actividad conmemorativa del 8 de marzo. La temática del encuentro estuvo articulada en torno al papel que las mujeres de las Casas Reales ejercieron como mecenas y patrocinadoras artísticas, así como la impronta que dejaron a través de las obras adquiridas a lo largo de sus trayectorias vitales. Una parte de importante de dicha adquición se conserva actualmente en el Museo del Prado.
Cronológicamente se centró en los siglos XVI-XVII español, período que llama la atención por la cantidad de féminas que ocuparon el trono y sus correspondientes damas, que también vivieron en la corte. Es necesario recordar que a lo largo de estos dos siglos gobernaron sucesivamente los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II, Felipe III, Felipe IV y Carlos II, a resultas de cuyos matrimonios reinaron once mujeres: una como propietaria, Isabel I de Castilla, y diez consortes: Isabel de Portugal (única esposa de Carlos I); la española Ana de Austria, la francesa Isabel de Valois, María I de Inglaterra y María Manuela de Portugal, las cuatro esposas de Felipe II. Y en la siguiente centuria Margarita de Austria (única esposa de Feliope III) e IsabeL de Borbón y Mariana de Austria (Regente) que casaron con Felipe IV. Finalmente Mª Luisa de Orleans y Mª Ana de Neoburgo (Alemania) esposas de Carlos II, el último rey de la Casa de Austria. Once mujeres, la mayoría extranjeras, que llegaron a España para reinar, que no vinieron solas sino acompañadas de un gran séquito de damas de compañía, consejeros, diplomáticos y demás servidores.
Aunque la instrucción estaba vetada a las mujeres, podría afirmarse que durante el Renacimiento y el Barroco las reinas, las damas de la corte y las nobles en general, accedieron a una educación adecuada, propia de su género y rango que contemplaba tambien, una formación humanista sólo al alcance del grupo social al que pertenecían. Según los expertos, el aprendizaje se realizaba a partir de la propia experiencia más que por los ‘libros’ o ‘manuales…’ La asistencia a fiestas y eventos o el acompañamiento a la presidencia de festejos variados, constituyeron una manera práctica de conocer el protocolo, las normas de conducta al tiempo que representanban una oportunidad para aprender diferentes estrategias para saber abordar las diversas situaciones que pudieran requerir de ‘cierta diplomacia’ y de un ‘saber estar’ entre pares. Estamos, por tanto, ante grupos de mujeres cultas que hablan varios idiomas, latín y griego incluidos, grandes lectoras y conocedoras de arte que despliegan sus conocimientos contribuyendo con ello al esplendor y fama de las Cortes europeas.
Convienen los expertos historiadores en señalar como una cualidad intrínseca a la imagen de la Monarquía Hispánica la ‘magnificencia’ o suntuosidad, la pompa, el boato, el fausto, la grandeza o esplendor… Característica reseñable, propia de la idiosincrasia de la realeza de aquel tiempo tal cual se identificaba en el imaginario social de la época, tal y como era concebía la esencia, la naturaleza de quienes conformaban tan noble institución y, por ende, la de sus acólitos, quienes ocupaban la cúspide de la pirámide social y desempeñaban los más altos cargos de la jerarquía.
No obstante, en el marco de la realeza y de las élites, tan necesario como ‘ser’ resultaba ‘parecer’. Es decir, dar muestra manifiesta a través del lujo y la ostentación. De ahí que la apariencia formara parte interesada de la parafernalia que acompañaba las apariciones y el ‘estar’ en público. Es lo viene a ser la representación en toda la extensión de la palabra. De ahí que las apariciones en público se realizaran cuidando hasta los últimos detalles: los vestidos, los colores, los tejidos, las joyas, los peinados, la pose…Nada quedaba al azar, por el contrario, la escenografía estaba minuciosamente pensada para impresionar y trasladar una imagen de poder, honor y gloria aquí en la tierra, la misma que tras la muerte ostentarían en el cielo…Así en la tierra como en el cielo los Reyes y sus cortesanos estaban llamados a vivir y a morir al calor de la ‘magnificencia’. Mientras, el pueblo asistía solícito a cada una de las performace como publico acreditado para desempeñar el rol de espectadores que aplauden y admiran cada representación, conscientes del lugar que les tocó ocupar a ellos y otorgado desde la cuna…
Y es en el contexto de la magnificencia que Reyes y nobles, entre quienes se cuentan un gran número de mujeres, asumieron la tarea de proteger y patrocinar las artes. Tanto ellos, los varones, como las mujeres se encargaron de representar a pintores -entonces poco conocidos- a quienes llevaron a la Corte, concedieron honores y alcanzaron un prestigio que ha llegado hasta nuestros días…
En general la ideología nobiliaria atendía también a un aspecto socialde ahí las actividades benéficas, las fundaciones, las cosntituciones de dotes para mujeres pobres y el patronazgo de obras pías y artisticas que pretendía ayudar a los más desafavorecidos y alimentar el crédito y la reputación de los benefactores o patronos. De mismo modo y con el objetivo de perpetuar la memoria familiar de los linajes la realeza y la alta nobleza fomentó el coleccionismo y el mecenazgo. En este sentido, y, aunque ciertamente el aspecto económico era gestionado por los hombres, no lo es menos que no pocas veces esto no era más que un mero trámite siendo las mujeres quienes decidían el destino de dicha inversión. Ellas elegían las obras y a los artistas que acabarían bajo su protección. Por lo que se puede decir que existía un mecenazgo indirecto cuando los esposos pagaban y un auténtico matronazgo cuando las mujeres compraban o invertían a partir de sus propias fortunas.
A este respecto, tal y como sucede hoy en día, cuanto más alto era el posicionamiento socoeconómico menos dinero efectivo poseían, ya que la mayor parte de los capitales se detentaban en propiedades, joyas, obras de arte, etc… En este sentido, podría decirse que la situación ha cambiado poco pues, según sabemos, el Emérido, don Juan Carlos, negociaba con los coches que le regalaban como medio para obtener dinero líquido y la baronesa Thyssen, según afirmó recientemente se considera millonaria en arte pero no en dinero…
Como en otras ocasiones, el pueblo resume estas cuestiones en dichos llenos de sabiduría, como este: «la nobleza y los blasones, nada valen sin doblones…»
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