Una mirada desde los ojos de Abdul…


Refugiado/da: Persona que, a consecuencia de guerras, revoluciones o persecuciones políticas, se ve obligada a buscar refugio fuera de su país…
Fotografía: mp_dc

A veces los escritores y aficionados a la escritura se ven enfrentados al terrible síndrome del ‘folio en blanco’. Que no salten las alarmas. Ya vendrán tiempos mejores en los que alguna musa danzarina, simpática o divina, se dejará caer dispuesta a inspirar un bello texto. Entonces los dedos se deslizarán veloces sobre un teclado humeante, a punto de estallar, ante semejante arrebato…Que no cunda el pánico…Mientras, siempre se puede tirar del ‘fondo de armario’, del pasaje inacabado o incompleto que aguarda paciente -entre los borradores- una oportunidad…Hoy, uno de esos relatos, engrosará la lista de los post publicados después de años aguardando su momento…

La guerra en Ucrania es una excusa perfecta para sacar a la luz la historia de Abdul. Porque, aunque por otras circunstancias, él también huía de su país y se vió envuelto en una ‘guerra metafórica’ a la no sobrevivió. La situación de los ucranianos, su salida hacia otros estados fronterizos intentando salvar su vida y la de los suyos, por alguna razón me hizo evocar esta otra historia sucedida hace ya varios años.

Es muy dificil ponerse en la piel de los ucranianos refugiados o de cualquiera que se vea obligados a abandonar su país dejando atrás casa, familia, amigos, trabajo… Imagino que la ‘vida de antes de la huída’ se vuelve un recordatorio añorado que, por imperfecta que fuera, se transforma en un profundo anhelo…Es posible que las grandes preocupaciones habidas hasta entonces desaparezcan de golpe y todo se vuelva demasiado pequeño. Y es seguro que, a quienes les tocó esta pesadilla, deseen con todas sus fuerzas poder regresar a la situación anterior al día del estallido del conflicto, atraidos por una felicidad de la que entonces no tenían consciencia ni valoraban suficientemente…

La convivencia con Abdul, conocerlo, hablar con él, ha sido una de las experiencias más impactantes de mi vida. Aquellas conversaciones tras la siesta o después del desayuno, sus horas de mayor lucidez antes que la morfina lo amuermara de nuevo, motivaron una profunda reflexión sobre mi propia vida y sobre las razones que tenía para sentirme agradecida a pesar del momento amargo que, por entonces, pasaba. ‘Mirar la vida desde los ojos de Abdul’ me enseñó a tener esperanza incluso cuando todo está perdido…

Viernes 7 de diciembre de 2012…

Cuando entramos en la habitación él se ocultaba tras la cortina blanca que separaba las camas. Apenas podía ver la mitad de su cuerpo que casi no abultaba bajo las sábanas. Mientras colocaba la ropa y nos instalábamos pude ver su figura, aunque no su rostro, que permanecía escondido tras un libro pequeño -el Korán- que sostenía tembloroso entre sus manos acercándolo a los ojos para poder leer. Sobre la frente comprobé una parte de sus gafas. El pelo negro, espeso y ondulado por el que asomaban las primeras canas, delataba que no era muy mayor.

Al cabo de un rato se levantó y pude verlo de pié. Enjuto, delgado, débil y lento en sus movimientos, arrastraba los pies calzados con unas chanclas de goma con calcetines, mientras se apoyaba en un tacataca para poder desplazarse. Saludó tímidamente con voz baja y asintiendo con la cabeza… Así, de esta guisa, se paseaba arriba y abajo por el largo pasillo de la quinta planta…Mientras se alejaba comprobé que su pelo oscuro destacaba entre el resto de enfermos a los que cariñosamente agrupé en el denominado (por mí) “club de las cabezas rapadas”. Él era la nota disonante en aquella sinfonía: una negra en contrapunto al resto, una melodía de redondas y blancas…

Abdul –que significa “siervo de Dios” en árabe- posee una historia parecida a la de otros muchos refugiados vengan de donde vengan, se llamen como se llamen. Para mí ahora (en aquelllos días) es especial porque es cercano y me tocó la fibra. Marroquí, de un pueblecito próximo a Casablanca, llegó a España no sé cómo pero seguro que buscando una vida mejor, sin saber que sería aquí, en este país, donde descansarían sus huesos, seguramente en una fosa común porque nadie lo podría reclamar por falta de medios para llevárselo. Este es su dilema: No puede irse porque está enfermo, necesita hospitalización y cuidados paliativos que en su país no tendría pero a cambio debe afrontar sólo su desgraciado destino...

Al día siguiente cuando despertó me pidió perdón porque hablaba en voz alta mientras dormía. Le dije que sí, que era verdad, pero que estuviera tranquilo porque soñaba en árabe. Entonces me sonrió aliviado, con ternura y una tristeza que le venía de dentro, esa tristeza que se apodera y se instala en el corazón y parece que nunca podrá marcharse…

Una vez presentados y compartida esa primera noche, estuvimos charlando. Pensé que sería grato para él hablar de su país de origen: Abdul ¿eres marroquí verdad? -afirmé- Asintió con la cabeza y me dijo el nombre de una ciudad que no entendí aunque mencionó Casablanca y entonces afirmé: ¡Conozco Casablanca!. Sus ojos se iluminaron por primera vez. ¿Tú conoces Marruecos? -me preguntó con una media sonrisa- Sí -contesté-. Y le conté mi viaje. Hablamos de la Medina de Fez, de su hamman y del guía que se llamaba como él. De Kenitra, de lo “malo que había sido Hassán II”- en lo que hizo hincapié varias veces-. Comentamos un libro («Nuestro amigo el Rey» de Gilles Perrault) que ambos habíamos leído en el que se contaban los horrores, crímenes y aberraciones de este monarca para con su propio pueblo. Referimos sobre el precioso Mausoleo de Mohámed V, de la riqueza de la Guardia Real que lo custodia y de cómo se turnan los Imanes para permanecer las 24 horas recitando las suras del Korán… Y ¡qué decir de Marrakech! La ciudad que te recibe con un oasis de palmeras. Le conté que estuve en la famosa Plaza Djem’a el-Fna, un lugar mágico donde los encantadores de serpientes te dejan boquiabierta… De sus puestos de zumos y frutas; de la música que suena cada noche; de su medina, la Mezquita Aljama con su célebre minarete, la Koutoubia, gemela de la Giralda; de los románticos jardines de la Menara… Y proseguí mencionando todos los lugares que había conocido: los curtidores de pieles de Tetuán, donde nada más entrar los fuertes olores casi te hacen vomitar… Le comenté que Rabat, sede principal del Monarca y capital, en aquellos días estaba en fiesta (era el cumpleaños del Rey). Él me preguntó por la comida y alabé particularmente la famosa sopa –harira- que ellos toman durante el Ramadán, muy rica y reconstituyente. El tajime  de pollo o cordero; el couscous y los dulces que se hacen en la “fiesta del cordero…» Hablamos y hablamos de las excelencias de su país y de los tópicos que impiden a determinadas personas viajar para conocerlo. Él insistía y recalcaba las bondades del nuevo monarca, los últimos cambios habidos, subrayando la necesidad de conocer Marruecos en diferentes estaciones que añaden nuevas luces, tomalidades y distintas paetas de color… .

Finalmente, de mi propia cosecha, añadí comentarios sobre sus playas vírgenes, esas pequeñas calas que encuentras recorriendo la costa de camino a Tánger. Alabé los colores y contrastes  de sus bellos paisajes, los múltiples aromas de las especie que se pueden comprar en los mercados o zocos. Le comenté sobre los grandes contrastes sociales, de la convivencia entre la riqueza de unos pocos frente a la miseria de muchos que apenas subsisten con un salario de risa… Hablé de cómo me había llamado la atención que los niños jugasen con balones fabricados con restos de telas y plásticos envueltos y de cómo lucen camisetas del Barça con los nombres de viejas glorias del futbol… Un pàis de bellas mujeres que, desafortunadamente, siguen siendo una moneda de cambio, ciudadanas de tercera que continúan reclamando sus derechos… Y mientras hablo los ojos de Abdul se enturbian tras este rápido viaje a través de la memoria. Y enseguida se recoge de lado en su cama, cierras los ojos y se duerme plácidamente como un niño a quien acaban de leer un cuento…

Abdul murió pocos días después. Se fue solo, tal vez con esta melodía en su cabeza… Nunca he podido olvidar su sonrisa amable, la ternura de tu rostro y ese pequeño viaje compartido, el mismo que, apenas por unos instantes, nos sacó de aquella pequeña habitación de un hospital y nos trasladó a lugares de ensueño…

Que Alá te acoja en su seno y te ayude a pasar la última frontera...

Ha pasado mucho tiempo aunque, muy de vez en cuando como ahora, Abdul acude a mi memoria y se presenta ante mí al observar las caras desencajadas de otros refugiados. Entonces pienso que vivimos en un mundo inseguro, tal vez más inseguro que el que nos dejaron nuestros padres. Que nunca sabremos qué nos deparará el futuro. Que nuestro planeta vive un tiempo de cambio y de incertidumbres. Que más que nunca se impone ser solidarios en la medida en que cada uno pueda serlo. Que ya no valen los individualismos porque somos interdependientes y todos necesitamos de todos…

Que los oráculos nos sean favorables y que las diosas (sí, las diosas por qué no) nos protejan…

Fotografía: mp_dc

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