Etiquetas: #YoMeQuedoEnCasa, sin techos, covid 19, opinión

Pasan ya 25 días de confinamiento. Supongo que como os ha ocurrido a cualquiera de vosotros, mi rutina se ha alterado y modificado aunque, en mi caso, no especialmente. No obstante, he de reconocer que existe un abismo entre permanecer en casa por gusto y hacerlo por obligación, aunque dicha obligación sea de carácter moral y solidario… Los primeros días me llegaron al móvil cantidades ingentes de bromas hasta el punto de llegar a pensar, apenas un instante, que la reclusión no parecía ser una medida tan dura, sobre todo si añadimos una casa limpia, el frigorífico lleno, varias plataformas para ver pelis o series, libros y ‘papel higiénico’ suficiente para una temporada…Nada más lejos…Ya sé que resulta una reflexión material, individualista y superficial en exceso…Y sin que sirva de excusa, alegaré en mi defensa que al igual que toda hija de vecina, aquellos primeros días viví bajo una especie de shock, imagino que colectivo, un estado que me incapacitaba para calibrar la verdadera dimensión de cuanto estaba ocurriendo…Hemos visto demasiadas películas de ficción y en esta ocasión, nosotros no somos los espectadores sino los protagonistas…Afortunadamente esta ‘enajenación mental’ fue muy transitoria’. Enseguida recobré la cordura y con ella pasé de la inconsciencia a la realidad, de la realidad al miedo y del miedo a la incertidumbre…
El Gobierno nos pidió el pasado 14 de marzo que nos quedáramos en casa, que hiciéramos ese esfuerzo por el bien de todos incluido el nuestro…Así comenzó a correr por la red lo que hoy ya está grabado en nuestra memoria como una marca indeleble: #QuédateEnCasa…La radio, la prensa, la TV, las redes han colaborado a difundir este lema que nunca olvidaremos y que las futuras generaciones estudiarán en los libros de Historia…Pero ¿cómo se quedan en casa quienes no la tienen? En España existen aproximadamente unos 40.000 ‘sin techos’. Hombres y mujeres que duermen en nuestros parques, cajeros automáticos, edificios abandonados o en cualquier escalón de una gran finca donde casi nadie entra y sale…Allí amontonan mantas, ropa, cartones y una bolsa con enseres varios. Un patrimonio material que suelen abandonar a ratos -sin miedo alguno a perderlo de vista- cuando se mueven a buscarse un café, pedir un cigarro o asearse… Ellos parecen haberse liberado de la sensación de desconfianza que a la mayoría nos impulsa a agarrar un poco más fuerte el bolso cuando los vemos venir… Su seguridad nace de la inseguridad, de la provisionalidad a lo que suman una ‘norma tácita’ que impera en el colectivo que no es otra que el respeto por la miseria ajena…
Hace unos días escuché en la radio a uno de estos hombres de la calle, explicando las dificultades ‘añadidas’ que padecían a consecuencia del confinamiento: «no hay ni una colilla en el suelo , ni restos de comida en los bares, ni una lata de cerveza a medio acabar…» Con más miedo que vergüenza, muchos han dejado de ir al comedor social donde ya no les dan un plato de comida sino un bocata. Algunas ciudades han habilitado lugares a donde pueden ir a dormir, como IFEMA, que dotó al pabellón con 150 camas agotadas en el plazo de una hora… En este estado de alarma, los sin techos, los marginados, continúan viviendo a cielo raso. Ellos, los solitarios, los invisibles, figurantes de este thriller se han convertidos ahora, en protagonistas ‘visibles’ que deambulan en los escenarios vacíos que son nuestras calles y plazas… Mientras, en las ciudades muchas casas se llenan de ‘ausencias’… Y mientras escribo, por arte de birlibirloque, vienen a mí los versos de Neruda que siempre me recuerdan a mi hijo:
«…Es una casa tan grande la ausencia
que pasarás en ella a través de los muros
y colgarás los cuadros en el aire»
Y no sé por qué recordé también la famosa fábula de Esopo ‘La cigarra y la hormiga’ y con ella la secuencia de la Santa de ‘Los lunes al sol’, que sonaba en mi cabeza con la voz de Javier Bardem… En la escena él comienza a leer al niño la fábula de ‘la cigarra y la hormiga’. De repente se cabrea y suelta una profunda reflexión a modo de reivindicación, propia de un político sindicalista afirmando: «Esto no es así…Porque lo que aquí no se dice es por qué unos nacen hormigas y otros cigarras…porque si naces cigarra estás jodido…»
Pues eso… Muchos está jodidos… Detrás de cada sin techo hay una historia de vida que no conocemos y no sé si habrá alguien que merezca haber nacido cigarra ni sé por qué yo merezco el honor de ser hormiga… Lo que sé es que este ‘estado excepcional’ se ha convertido en un observatorio desde el que visualizar realidades que nos pasaban desapercibidas y comenzar a apreciar el resurgimiento de actitudes colectivas olvidadas…Ojalá que la ‘normalidad’ de la excepcionalidad se instale cuando recuperemos la ‘normalidad’ normal…Y perdonen el juego de palabras…
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